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¿ Dónde estarán los siglos, dónde el sueño de espadas que los tártaros soñaron, [...] El presente está solo. La memoria Erige el tiempo. Sucesión y engaño. Es la rutina del reloj. El año no es menos vano que la vana historia. Un parangón con textos anteriores nos revela la fluctuación perceptible en el discurso, o, mejor, en la noética borgiana, una suerte de vaivén aun dentro de la recurrencia a ese orbe de espadas y aceros. En “Odisea” (70) la figura de Ulises sirve a Borges para proferir su repulsa hacia el reposo acomodaticio, remedando –y aun exigiendo– la vuelta a esa etapa de desarraigo y errancia, fase que, pese a la crudeza con que nos es caracterizada, representaría la faz más ennoblecedora del hombre; la aparente exaltación deviene en última instancia lamento. Ya en el amor del compartido lecho duerme la clara reina sobre el pecho de su rey, pero ¿ dónde está aquel hombre que en los días y noches del destierro erraba por el mundo como un perro y decía que nadie era su nombre? El arribo de Ulises encierra una capitulación, toda vez que es en la singladura vital anónima donde reposaría la quintaesencia de lo trascendente. En el poema “A Carlos XII” (Borges 1998: 139) se advierte ya un decidido viraje hacia el desaliento, en tanto se transmite una lacerante certeza: la esterilidad de la épica para superar la asechanza de la muerte. Y tal vez nos hallemos ante el texto que determina más atinadamente el desenvolvimiento de la salida épica en la axialidad del pensamiento borgiano. No faltan palabras ensalzadoras para esa pose litigante del héroe: “Supiste que vencer o ser vencido/ son caras de un Azar indiferente,/ que no hay otra virtud que ser valiente”; actitud loable que, no obstante, no podrá contrarrestar el vacío que la muerte porta: “y que el mármol, al fin, será el olvido”. Idéntica conclusión extraemos en “Un soldado de Lee (1862)” (181), si bien es cierto que la formulación última cobra unos ribetes más acibarados: “No hay un mármol que guarde tu memoria;/ seis pies de tierra son tu oscura gloria”. La disolución del coraje en la idea de corruptibilidad resulta ahora incuestionable. Ninguno de los textos abordados invalida la centralidad del espíritu épico en la producción poética del porteño, pero sí despuntan por su cariz ubicativo: al igual que otros motivos borgianos como la transmutación poética, el desdoblamiento o la reversibilidad dentro del caos, también el talante batallador poseería, pese a sus variantes, un punto de anclaje: el de su inserción siempre en un estrato inmediatamente inferior al del “Juez”, al de lo incognoscible.
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