1.2. REPRESENTACIÓN POLÍTICA Y REPRESENTACIÓN DE
INTERESES
Dijimos
que hoy no se concibe una democracia que no sea representativa. Esto es, el
gobierno del pueblo por medio de sus representantes.
La
extensión territorial de las naciones -ámbito del ejercicio democrático- y las
grandes poblaciones impiden la realización de las asambleas populares que
requeriría un gobierno de democracia directa.
La idea
inicial -o ideal- de la democracia parte de individuos soberanos que crean una
sociedad política sin cuerpos intermedios, una sociedad en la que, entre el
pueblo soberano y sus representantes no existe ningún tipo de sociedades
particulares. Pero las circunstancias han hecho que en nuestros días suceda todo
lo contrario: los grupos, asociaciones, sindicatos, partidos, son cada vez más
numerosos y políticamente relevantes. No son los individuos, sino esos grupos
los protagonistas de la vida política. El pueblo, como unidad soberana ha cedido
ante el pueblo dividido en grupos contrapuestos y de una autonomía relativa. El
modelo de un Estado democrático monista se ha transformado en un Estado
pluralista.
La idea de la representación
política comenzó como una institución medieval. Inglaterra y Suecia tuvieron las
primeras asambleas de nobles, convocados para tratar las cuestiones cruciales
del Estado. Originalmente, los órganos representativos (Cortes, Consejos Reales
o Estados Generales), eran típicamente corporativos, reflejo de la sociedad
feudal aristocrática. Los representantes eran elegidos según su pertenencia a
una clase, ya fuera la nobleza, la iglesia, los poseedores de tierra, artesanos,
mercaderes, etc. Posteriormente, los cambios en la sociedad europea de los
siglos XVII y XVIII cambiaron el concepto y la representación se hizo más
abarcadora, tal como se expresa en el manifiesto de los Whigs ingleses: "mas
completa de los intereses del pueblo...de los terratenientes, de las clases
mercantiles y profesionales del país...de la Corona, de los privilegios de la
nobleza, de los intereses de las clases inferiores, de las colonias, de las
Indias orientales, occidentales, de las grandes
corporaciones"
Rousseau, padre de la democracia
moderna, distingue
entre el soberano y el gobierno. El soberano es el pueblo todo que vota las
leyes, y el gobierno es un grupo de hombres que las ejecuta. Pero la soberanía
-en manos del pueblo- es absoluta, infalible, indivisible e inalienable. Por lo
tanto no se puede delegar. Con lo cual Rousseau rechaza el régimen
representativo que antes había preconizado Montesquieu. Rousseau afirmaba que "la soberanía no
puede ser representada por la misma razón de ser inalienable" y puesto que
"no siendo la soberanía sino el ejercicio de la voluntad general, jamás
deberá enajenarse, y que el soberano, que no es más que un ser colectivo, no
puede ser representado sino por él mismo: el poder se transmite, pero no la
voluntad". Y completa su
argumento: "En las antiguas repúblicas, y aún en las monarquías, jamás el
pueblo tuvo representantes. Es muy singular que en Roma, en donde los tribunos
eran tan sagrados, no hubiesen siquiera imaginado que podían usurpar las
funciones del pueblo" para rematar más adelante: "Tan pronto un pueblo se
da representantes, deja de ser libre y de ser pueblo". No obstante Rousseau
terminó reconociendo
la objeción insalvable del sistema
directo: "Si se examinan bien las
cosas, no veo que en lo sucesivo le sea posible al soberano conservar entre
nosotros el ejercicio de sus derechos si la ciudad no es muy pequeña". Para
agregar que "no ha existido, ni
existirá jamás verdadera democracia" porque "¡Cuántas cosas difíciles de
reunir supone este gobierno! Primeramente, un Estado muy pequeño, en donde se
pueda reunir el pueblo y en donde cada ciudadano pueda sin dificultad conocer a
los demás. En segundo lugar, una gran sencillez de costumbres que prevenga o
resuelva con anticipación la multitud de negocios y de deliberaciones espinosas;
luego mucha igualdad en los rangos y en las fortunas, sin lo cual la igualdad de
derechos y de autoridad no podría subsistir mucho tiempo; y por último, poco o
ningún lujo, pues éste, hijo de las riquezas, corrompe tanto al rico como al
pobre, al uno por la posesión y al otro por la codicia..."