A las seis y media estábamos todos en pie.
- Debéis estar muy fatigado, M. Natalis, - me dijo Mlle.
Marta.
- ¿Yo? (respondí.) he dormido como un
lirón en tanto que vuestro abuelo velaba. ¡Es un excelente hombre
M. de Lauranay!
- Natalis exagera un poco (respondió éste
sonriendo); y la noche próxima me permitirá....
- No os permitiré nada, M. de Lauranay (respondí
yo alegremente). Estaría bueno ver velar al amo hasta el día, en
tanto que yo criado...
- ¡Criado! - dijo Mlle. Marta.
- Si, criado o cochero, lo mismo da. ¿Es que no soy
cochero, y un cochero hábil, de lo cual me alabo? Llamémoslo
postillón, si queréis, para bajar un poco mi amor propio. No soy
por eso menos vuestro servidor.
- No, nuestro amigo (respondió Mlle. Marta,
tendiéndome la mano), y el más fiel que Dios haya podido darnos
para conducirnos a Francia.
¡Ah! ¡que buena era la señorita!
¿Qué no haría uno por gentes que le dicen cosas como esta,
y con un acento tan verdadero de amistad?