Durante aquella jornada del 21 de Agosto, no hicimos cinco
leguas, en línea recta, se entiende, pues el camino se hacía
interminable con sus mil vueltas y revueltas, de tal modo, que algunas veces nos
parecía que volvíamos por los mismos pasos.
Tal vez no nos hubiese venido mal un guía; pero
¿de quién hubiéramos podido fiarnos? ¡Franceses
entregados a la merced de un alemán, cuando la guerra estaba
declarada!.... ¡No! Más valía no contar más que
consigo mismo para salir del apuro.
Por otra parte, M. de Lauranay había atravesado con
tanta frecuencia la Thuringia, que lograba orientarse sin gran dificultad. Lo
más difícil era caminar por en medio de los bosques.
Lográbamos conseguirlo, no obstante, guiándonos por el sol, que no
podía engañarnos, pues él, al menos, no es de origen
alemán.
La berlina se detuvo a eso de las ocho de la noche, en el
límite de un bosque de chaparros situado en los flancos de una alta
montaña de la cadena de los Thurlenger Walks. hubiese sido muy imprudente
aventurarse a través del bosque durante la noche.
En aquel sitio, nada de fonda ni hotel; ni siquiera una
cabaña de leñadores. Era preciso acostarse en la berlina, o bajo
los primeros árboles del bosque.
Se cenó con las provisiones que llevábamos en las
maletas. Yo desenganché los caballos. Como la hierba era abundante por
todos lados, los dejó placer en libertad, con la intención, sin
embargo, de volar sobre ellos durante la noche.