Allí las dificultades iban a ser grandes, y sería
preciso andarse con mucho cuidado.
No es que dichas montañas sean muy elevadas:
evidentemente no son los Pirineos ni los Alpes. Sin embargo, el terreno es duro
para los carruajes, y había que tomar tantas precauciones por la berlina
como por los cabildos. En aquella época apenas estaban trazados los
caminos. Todo se volvía desfiladeros, muy a menudo estrechísimos,
a través de gargantas talladas en la roca, o de espesos bosques de
encinas, de pinos y de brezos.
Las veredas en zig-zag eran frecuentes, así como los
senderos tortuosos, por los cuales la berlina pasaba como encajonada entre
montañas cortadas a pico, y profundos precipicios, en el fondo de los
cuales rugían algunos torrentes.
De vez en cuando descendía yo de mi asiento, a fin de
conducir los caballos por las riendas; M. de Lauranay, su nieta y mi hermana,
echaban pie a tierra para subir las cuestas más empinadas. Todos
marchaban valerosamente, sin quejarse, lo mismo Mlle. Marta, a pesar de
su constitución delicada, que M. de Lauranay, no obstante su avanzada
edad. Por otra parte, era preciso con frecuencia hacer alto, a fin de tomar
aliento y respirar. ¡Cuánto me regocijaba de no haber dicho nada de
lo que concernía a M. Juan! Si mi hermana desesperaba y se afligía
a pesar de mis razonamientos, ¡cuál no hubiera sido la
desesperación de Mlle. Marta y de su abuelo!