De repente, las riendas se rompieron, y los caballos,
aún más libres, se lanzaron con más furia todavía.
Una catástrofe inevitable nos amenazaba.
En aquel momento se produjo un choque. La berlina acababa de
estrellarse contra el tronco de un árbol que estaba atravesado en el
desfiladero. Los tiros se rompieron, y los caballos saltaron por encima del
árbol. En aquel. sitio el desfiladero hacía un brusco recodo, al
otro lado del cual las desgraciadas bestias desaparecieron en el abismo.
La berlina se había roto al choque, se habían
roto las ruedas delanteras, pero no había volcado. M. de Lauranay, Mlle.
Marta y mi hermana, salieron de ella sin heridas. Yo, aunque había sido
arrojado desde lo alto del pescante, estaba, sin embargo, sano y salvo.
¡Qué irreparable accidente! ¿Qué iba
a ser de nosotros ahora, sin medios de transporte, en aquellos desiertos bosques
de la Thuringia? ¡Qué noche pasamos!
Al día siguiente, 23 de Agosto, fue preciso emprender a
pie aquel penoso camino, después de haber abandonado la berlina, de la
cual no hubiéramos podido hacer uso, aunque hubiésemos tenido
otros caballos para reemplazar los que habíamos perdido.
Yo hice un paquete con algunas provisiones y varios efectos de
viaje, y me la echó al hombro, atado al extremo de un palo.
Así descendíamos por el desfiladero, que, si de Lauranay no se
equivocaba, debía conducirnos a la llanura. Yo marchaba delante. mi
hermana, Mlle. Marta y su abuelo, me seguían de la mejor manera posible.
No calculo en menos de tras leguas la distancia que recorrimos en aquella
jornada. Cuando llegó la noche y nos decidimos a hacer alto, el sol
poniente iluminaba las vastas llanuras que se extienden hacia el Oeste, al pie
de las montañas de la Thuringia.