-¿Oyes eso? -preguntó solemnemente, parpadeando y
mordiéndose las mejillas para evitar reírse. ¿Quieres un
coñac con soda?
Y en la distancia, débil y exhausto, el organito:
Un coñac con soda, un coñac con soda,
¡sí! Un coñac con soda, ¡sí!
El médico también parecía oírlo. Le
dio la mano a ella y Roy lo acompañó hasta el pasillo para
arreglar los honorarios.
Oye cómo la puerta de entrada se cerraba, y luego...
pasos rápidos, muy rápidos, por el pasillo. Esta vez sencillamente
se precipitó en el cuarto y cayó en sus brazos, y se
encontró aplastada y pequeña mientras él la besaba con
besos rápidos y cálidos, murmurando entre uno y otro:
-Mi amor, mi preciosa, mi encanto. Eres mía,
estás a salvo-Y después tres suaves gemidos. -¡Oh!
¡Oh! ¡Oh! ¡Qué alivio!-. Siempre con los brazos
alrededor de ella, apoyó la cabeza en su hombro como si estuviera
exhausto. -Si supieras lo asustado que estaba -murmuró-. Pensé que
esta vez estábamos perdidos. De veras que sí. Y hubiese sido
tan... fatal... ¡tan fatal!