Vio cómo la sonrisa de Roy se ahondaba; sus ojos se
encendieron. Exclamó un pequeño "¡Ah!" de alivio y
contento. Y por un instante se permitió mirarla sin importarle si el
doctor los veía o no, bebiéndola con la mirada que ella
conocía tan bien, mientras permanecía de pie atando los
pálidos lazos de su camisola y arrebujándose en el pequeño
abrigo de tela púrpura. De golpe se volvió hacia el médico:
-Se irá afuera. Se irá al mar enseguida -dijo, y
luego, con terrible ansiedad: -¿Y su comida?- ante eso,
abotonándose el abrigo frente al largo espejo, no pudo evitar
reírse de él.
-Todo está muy buen -protestó, riéndose de
una manera encantadora en respuesta a la risa de ella, y riéndose del
médico-. Pero si no me ocupara de su comida, nunca comería otra
cosa más que canapés de caviar y... uvas blancas. Y el vino...
¿tiene que tomar vino?
El vino no le haría mal.
-Champagne -rogó Roy.
¡Cómo se estaba divirtiendo!
-Oh, tanto champaña como quiera -dijo el médico-,
y un coñac con soda para el almuerzo si quiere.
Eso le encantó a Roy; lo halagaba inmensamente.