Roy había estado en realidad demasiado acertado acerca
del tipo de persona que era ese doctor. Le echó una mirada
extraña, rápida, de desprecio, y quitándose el estetoscopio
con dedos temblorosos, le guardó en su valija que de algún modo
parecía un zapato de tela, viejo y roto.
-No se preocupe, querida -dijo hoscamente-. Voy a ayudarla.
¡Haberle pedido un favor a este sapito odioso! Se puso
velozmente de pie, y tomando su corto abrigo púrpura, se acercó al
espejo. Hubo un golpe suave en la puerta y Roy... realmente estaba
pálido, sonriendo a medias... entró y le preguntó al doctor
qué tenía que decirle.
-Bueno -dijo el médico, tomando su sombrero,
sosteniéndolo contra el pecho y haciendo en él un tatuaje-, todo
lo que tengo que decir es que la señora... hm... que madame necesita un
poco de descanso. Está algo fatigada. Su corazón está algo
extenuado. Eso es todo.
En la calle un organito empezó a tomar algo alegre, algo
con risas burlonas, que burbujeaba con pequeños gorjeos, golpes,
mezcolanzas de notas.
Eso es todo lo que tengo que decir, que decir eso es todo lo
que tengo que decir, decía burlón. Sonaba tan cerca que no le
hubiera sorprendido si el médico hubiera estado dando vueltas a la
manivela.