Basta. Se incorporó. El doctor reapareció. Esta
extraña figurita con su estetoscopio colgado aún del cuello...
porque ella le había pedido que examinara su corazón...
retorciendo y frotando sus manos recién lavadas, le había
dicho...
Era la primera vez que lo había visto. Roy, incapaz por
supuesto de perderse la menor oportunidad dramática, había
obtenido aquella dirección más bien sombría en Bloomsbury
del hombre a quien siempre confiaba todo, y quien, a pesar de no haberla visto
nunca, sabía "todo acerca de ellos".
-Mi amor -había dicho Roy- mejor será conseguir a
alguien completamente desconocido por si acaso es... bueno, lo que ninguno de
los dos quiere que sea. Uno nunca es demasiado cuidadoso en asuntos de este
tipo. Los médicos hablan. Es una maldita estupidez decir que no lo hacen.
-Luego:- No es que me importe un bledo quién lo sepa. No es que yo... Si
me dejaras lo echaría a los cuatro vientos, o tomaría la primera
página del Daily Mirror y haría poner nuestros nombres, en un
corazón, ya sabes... atravesado por una flecha.
Sin embargo, por supuesto, su pasión por el misterio y
la intriga, su pasión por "guardar nuestro secreto de una manera
espléndida" (¡su frase!) había vencido, y
desapareció en un taxi para buscar a este hombrecito de aspecto
llovido.
Oyó su propia voz impasible que decía:
-¿Le importaría no decirle nada de esto al
señor King? Si usted le dijese que estoy algo fatigada y que mi
corazón necesita un descanso... Porque he estado quejándome del
corazón.