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Seguí por el valle de Fiambalá. En principio, elegí la misma ruta utilizada por Burmeister en su cruce de la cordillera. Ascendí por la Quebrada de la Troya, más allá de la guardia aduanera, cerca de Coloraditos me aparté de la carretera principal, crucé el Portezuelo de la Punilla a 3.150 m de altura, llegué al Valle Hermoso y luego a Vinchina, donde un ex ingeniero de minas de Clausthal, Elias Knocke, más conocido por el apodo Capacho (bolsa de cuero), llevaba una existencia algo excéntrica, pero bastante mísera. Daba la impresión de que la llegada de un compatriota especial le había insuflado algo de calor vital. Gracias a su mediación logré obtener nuevos animales. De todos modos llevaba aún conmigo los míos. Con ellos inicié el último y extenso tramo de marcha que me llevaría de nuevo por comarcas del todo desconocidas para mí. Un valle extraordinariamente erosionado, similar al de Troya de Fiambalá, me condujo aguas arriba hacia Jagüel, en cuya vecindad exploré una renombrada mina de níquel, a punto de ser liquidada en ese entonces. Enseguida crucé la Cuesta del Leoncito (3.850 m) con un frío glacial, y la región del nacimiento del río Blanco que más tarde sale de la montaña cerca de Jachal. El paisaje que se me ofreció de la cordillera desde la cresta fue de nuevo fascinante y avasallador, pero en esa ocasión debí desistir de incursionar por aquellos picos nevados, aún vírgenes en cuanto a su exploración. El tiempo me apremiaba. Deseaba regresar a Alemania a tiempo para festejar allá la Navidad. Con creciente apresuramiento pasé por las salinas del Leoncito donde se obtiene una excelente sal de cocina de la orilla de una laguna. Como iba a comprobar, mis guías de Vinchina eran completamente ignorantes respecto a la región. Equivocamos el camino. La marcha prosiguió en parte por desfiladeros intransitables (en uno de ellos, uno de mis acompañantes cazó una vicuña viva sin más recurso que sus manos). Finalmente, encontramos mejores caminos. Volvieron a aparecer las primeras viviendas humanas, dejamos atrás un pequeño poblado llamado Rodeo, en Iglesia disfruté de la hospitalidad de la familia Fonseca de la que iba a hacer uso con frecuencia en ulteriores ocasiones, tocamos las viejas y famosas minas de oro de Gualilán, abandonadas por completo y a marcha forzada tomé por el camino que lleva a San Juan, pasando por Talacasto. Llegué a la primera a mediados de noviembre. De Mendoza me dirigí a La Paz en diligencia y de allí en tren a Córdoba pasando por Río Cuarto y Villa María.

 
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Viaje a las cordilleras de Ludwig Brackebusch   Viaje a las cordilleras
de Ludwig Brackebusch

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