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Una vez reabastecido y con mis cabalgaduras frescas, emprendí el cruce del paso del Cerro Bayo por el espantoso camino de la Sierra del Cajón a 4.100 ni. de altura. Al bajar a la región de la cual hablaba, me sorprendió un accidente que pudo haberme causado serios inconvenientes: mis animales contrajeron el famoso mal llamado tembladera, una enfermedad cuya causa se desconoce aún. Debe su nombre a los estremecimientos que sufre el animal. Estos temblores van aumentando en intensidad hasta convertirse en calambres y la mayoría de las veces concluyen con la muerte. Había oído decir que el mejor remedio para esta enfermedad maligna es la alfalfa verde y fresca y por fortuna había por los alrededores pequeños campos de esta leguminosa. Su efecto fue maravilloso. Nuestros animales ya en estado desesperado, sanaron a los pocos días y pude continuar la marcha hacia Jacimanao, trepé a la Cuesta de Luingo (4.300 m) Y hollé la altiplanicie de Legleg y Aparoma, que forma la continuación hacia el norte de la altiplanicie de Laguna Blanca, visitada y descripta por primera vez por Stelzner y Lorentz, una zona frecuentada por cierto por los cazadores de vicuñas, pero que el geógrafo no conoce ni de nombre, Mi guía, un indio semiestúpido, me abandonó en medio de aquel desierto salvaje sin que mediara ninguna causa o motivo y quedé librado a las informaciones que pude recoger. Quizá el hombre tuviera bastante aguardiente o coca. Mis dos criados tampoco me aventajaban en su conocimiento sobre la región. No obstante, seguimos cabalgando y al cabo de algunos días nos encontramos insospechadamente en un pequeño caserío llamado Peñón (3.250 ni), donde me fue posible -sí bien con harto esfuerzo- conseguir algunos víveres, a saber: dos carneros y proporcionar pienso fresco a mis animales. También me presentaron un guía. Creía encontrarme aún en territorio argentino. Estaba haciendo mis observaciones trigonométricas y las averiguaciones más exhaustivas sobre la región cuando la situación cambió de repente. Sin sospecharlo me encontraba en la región de Antofagasta (no hay que confundir con la ciudad portuaria de Antofagasta), esa aldehuela montañosa, otrora boliviana, cuya posición en el mapa fue alterada como ninguna otra. En un momento fue reclamada por la Argentina, pero entonces estaba ocupada por chilenos en virtud de la guerra con Bolivia. Caí en manos del comando militar de Antofagasta y me encontré en la crítica situación de ser considerado un espía. En semejantes ocasiones, en una región donde no se puede jugar ni partir peras con los habitantes del lugar y las incultas tropas de guerra, es menester confiarse a la propia presencia de ánimo. Conseguí explicar en cierta medida el objeto de m¡ presencia allí y de mis observaciones al jefe del comando, un chileno no del todo ignorante, y confesarle con tranquilidad de conciencia mi desconocimiento acerca de la situación política de la región. La primera mala opinión que se habían formado de mí, mejoró algo a lo cual contribuyó la cesión de una cantidad de alcohol que traía en mi equipaje y por fin -me largaron-. Esto en el verdadero sentido de la palabra, pues se prohibió a todos los nativos prestarme sus servicios como guías. Mi meta eran las minas de Hoyada, famosas desde antiguo y de allí visitar Fiambalá. No quería volver sobre mis pasos y me esperaba de nuevo el espantoso desierto durante jornadas de viaje con la perspectiva de encontrar sólo uno que otro conocedor de la zona capaz de indicarme la ubicación de una precaria aguada o un lugar de pastoreo. Mi crítica situación iba a experimentar un giro más repentino de lo que podía esperar. Apareció en el poblado un peón argentino, un auténtico mestizo, con bastantes limitaciones mentales, con mala cabalgadura, venido del valle de Fiambalá para comprar cinco pesos de coca para su amo e introducirla de contrabando en la Argentina. Por la misma cantidad de dinero se ofreció a conducirme al lugar de mi meta, cosa que ni los chilenos ni los bolivianos podrían objetar.

 
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Viaje a las cordilleras de Ludwig Brackebusch   Viaje a las cordilleras
de Ludwig Brackebusch

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