-Amigó -dijo el señor
Encina-, su padre era un buen hombre y le efebo algunos servicios que me alegraré de pagarle en su hijo. Tengo en los altos dos piezas desocupadas y están a la disposición de usted. ¿Trae usted equipaje?
-Sí, señor.
-¿Dónde está?
-En la posada de Santo Domingo.
-El criado irá a traerlo; usted le dará las señas.
Martín se levantó de su asiento y don Dámaso llamó al criado.
-Anda con este caballero y traerás lo que él te dé -le dijo:
-Señor -dijo Martín-, no hallo cómo dar a usted las gracias por su bondad.
-Bueno, Martín, bueno
-contestó don Dámaso-; está usted en su casa. -Traiga: usted su equipaje y arréglese allá arriba. Yo como a las cinco: véngase un poquito antes para presentarle a la señora.
Martín dijo algunas palabras de agradecimiento y se retiró.
-Juana, Juana -gritó don Dámaso, tratando de hacer pasar-su voz a una pieza vecina-; que me traigan los periódicos.