A la palabra caballero, el criado pareció rechazar una sonrisa que se dibujaba en sus labios.
-¿Y cómo se llama usted? -preguntó con voz seca.
-Martín Rivas -contestó el provinciano, tratando de dominar su impaciencia que no dejó por esto de reflejarse en sus ojos.
-Espérese pues -díjole el criado; y entró con paso lento a las habitaciones del interior.
Daban es ése instante las doce del día.
Nosotros aprovecharemos la ausencia del criado para dar a conocer ampliamente al que acababa de decir llamarse Martín Rivas.
Era un joven de regular estatura y bien
proporcionadas formas. Sus ojos negros, sin ser grandes, llamaban la atención por el aire de melancolía que comunicaban a su rostro. Eran dos ojos de mirar apagado y pensativo, sombreados por grandes ojeras que guardaban armonía con la palidez de las mejillas: Un pequeño bigote negro, que cubría el labio superior y la línea un poco saliente del inferior, le daba el aspecto de la resolución, aspecto que contribuía a aumentar lo erguido de la cabeza cubierta por una abundante cabellera color castaño, a juzgar por lo que se dejaba ver bajo el ala del sombrero. El conjunto de su persona tenía cierto aire de distinción que contrastaba con la pobreza del traje, y hacia ver que aquel joven estando vestido con elegancia podía pasar por un buen mozo a los ojos de los que no hacen consistir únicamente la belleza física en lo rosado de la tez y en la regularidad perfecta de las facciones.