Me siento gravemente enfermo y deseo, antes
que Dios me llame a su divino tribunal, recomendarle a mi hijo, que en breve será el único apoyo de mi desgraciada familia. Tengo muy cortos recursos, y he hecho mis últimas disposiciones para que después de mi muerte, puedan mi mujer y mis hijos aprovecharlas lo mejor posible. Con los intereses de mi pequeño caudal tendrá mi familia que subsistir pobremente para poder dar a Martín lo necesario hasta que concluya en Santiago sus estudios de abogado. Según mis cálculos sólo podrá recibir veinte pesos al mes, y como le sería imposible con tan módica suma satisfacer sus estrictas necesidades, me he acordado de usted y atrevido a pedirle el servido de que le hospede en su casa hasta que pueda por sí solo ganar su subsistencia. Este muchacho es mi única esperanza y si usted le hace la gracia que para él humildemente solicito, tendrá usted las bendiciones de su santa madreen la tierra y las mías en el cielo, si Dios me concede su eterna gloria después de mi muerte.
Mande a su seguro servidor, que sus plantas besa.
JOSÉ Rivas.
Don Dámaso se quitó los anteojos con el mismo cuidado que había empleado para ponérselos y los colocó en el mismo lugar que antes ocupaba.
-¿Usted sabe lo que su padre me pide en esta carta? -preguntó, levantándose de su asiento.
-Sí, señor -contestó Martín.
-¿Y cómo se ha venido usted de Copiapó?
Sobre la cubierta del vapor -contestó el joven como con orgullo.