-Yo, señor, un servidor de usted -contestó el preguntado.
Martín sacó del bolsillo de la levita una carta que puso en manos de don Dámaso, con estas palabras:
-Tenga usted la bondad de leer esta carta.
-Ah, es usted Martín -exclamó
el señor Encinte al leer la firma después de haber roto el sello, sin apresurarse-. Y su padre de usted, ¿cómo está?
-Ha muerto -contestó Martín, con tristeza.
-¡Muerto! -repitió, con asombro, el caballero.
Luego, como preocupado de una idea repentina añadió:
-Siéntese Martín; dispénseme que no le haya ofrecido asiento; ¿y esta carta?..
-Tenga usted la bondad de leerla -contestó Martín.
Don Dámaso se acercó a una
mesa de escritorio, puso sobre ella la carta tomó unos anteojos que limpió cuidadosamente con su pañuelo y colocó sobre sus narices. Al sentarse dirigió -la vista sobre el joven.
-No puedo leer sin anteojos -le dijo a manera de satisfacción por el tiempo que había empleado en prepararse.
Luego principió la lectura de la carta que decía lo siguiente:
Mi estimado y respetado señor: