Critica el falso nacionalismo de la educación de nuestro país,
insistiendo en que el amor a la patria no se despierta con los actos y
ceremonias; por el contrario, este debe fortalecer la formación previa, que es
la formación de las almas.
No escatima las críticas a la Generación del Ochenta, aunque se
diferenciará de sus contemporáneos, que a lo sumo le echaban en cara sus manejos
políticos, pondría el acento de su crítica sobre el pensamiento positivista, al
que responsabiliza de esa realidad. Este proceso podría haber conducido a lo
útil, pero no lo había realizado a través de lo verdadero y de lo bello.
No obstante muchas de sus denuncias, muy valederas por cierto,
nuestro autor sigue influido por el clima de ideas en el que se desenvuelve. Al
analizar el período que abarca desde fines del siglo XVII hasta el de las
denominadas Presidencias Liberales, advertirá que en ellos predomina la falta de
sistema y el excesivo empirismo, contrario a la tendencia del positivismo de
tratar de establecer leyes y sistemas que encierren todas las actividades y
manifestaciones del hombre. Esta afirmación lo acerca más al dogmatismo de la
filosofía idealista que al realismo aristotélico, dejando traslucir cierto
determinismo filosófico.
A esta decadencia no le era ajena la de las letras nacionales,
en las que denuncia como impregnadas de un marcado formalismo de la gramática,
la influencia que sobre ella había adquirido el pedagogismo (tan caro al
positivismo normalista). Se escribe mucho afirma, pero se carece de ideas, y
como G. K. Chersterton dijera, muchas de esas buenas ideas, se habían vuelto
locas, provocando el gran desorden de las mentes reflejado en la sociedad en que
vive.
A pesar de los ochenta y tres años que trasncurrieron de su
primera edición, esta obra de García parece estar retratando nuestra sociedad.
Advertiremos después de su lectura, que muchos de los problemas denunciados
siguen teniendo vigencia. Y esto más que demostrar que la historia se repite,
viene a certificar lo que había sostenido Miguel Navarro Viola hacia comienzos
de los años ochenta del siglo XIX, que nuestras clases dirigentes tienen
nostalgias de patrias ajenas.
Luis Oscar Buján
Profesor de la Universidad Católica Argentina
y de la Universidad de El Salvador