-Sé cuál es la casa -dije yo entonces-, pero el nombre que tiene de Casa del Duende me da a entender que la historia de que se trata pertenece a la parte ridícula del mundo de los espectros.
-Nada de eso -respondió mi amigo-.
La historia, falsa o verdadera, es trágica e interesante. Voy a
contárosla.
«Entre las desventuradas familias de
moriscos españoles que se vieron forzados a salir de España por los años de 1610, se contaba la de un rico labrador, dueño de esa misma casa de que hemos hablado. Como el objeto principal del gobierno en la expulsión de los moriscos fue evitar que se llevasen consigo sus riquezas, muchos de ellos las enterraron, esperando en mejores tiempos el permiso de volver de África a sus antiguos hogares. Mulei Hasem había mandado construir una bóveda debajo del ancho zaguán de su casa. Tomó sus precauciones para que nada echasen de ver sus vecinos; depositó en la bóveda una gran cantidad de perlas y oro, y hizo conjurar el sitio por otro morisco, diestro en el arte diabólica.
«La envidia de los españoles
y las graves penas fulminadas contra los expulsos que volviesen a la
península, estorbaron a Mulei Hasem todas las ocasiones de recobrar su tesoro. Murió, confiando aquel importante secreto a su hija única, que, nacida y criada en Sevilla, estaba perfectamente enterada del sitio en que habían quedado las riquezas. Casóse Fátima, y quedó viuda, con una hija, a quien enseñó la lengua española, a fin de que en lo sucesivo pasase por natural de aquel país. Aguijoneada por la pobreza, aumentóse su deseo de recuperar la opulencia de su padre, y, sin poder refrenar su anhelo, se embarcó con su hija Zuleima en un corsario, y desembarcó, a escondidas de los habitantes, en una cala de las inmediaciones de Huelva. Vistiéronse madre e hija al uso del país, tomaron nombres cristianos y se dirigieron a Sevilla, pretextando, para mayor disimulo, el cumplimiento de un voto en un famoso santuario, dedicado a la Virgen, que se halla cerca de Moguer. No es del caso entrar en los pormenores de las diligencias y artificios de que se valieron Fátima y Zuleima, para ingerirse en la casa en que estaban cifradas todas sus esperanzas. Baste decir que se acomodaron en ella de criadas y que se granjearon el afecto de los amos, a lo que contribuyeron en gran manera las gracias de Zuleima, que a la sazón tenía 14 años, y que no necesitaba de otros medios para cautivar el cariño de cuantos la tratasen que su lindeza y atractivo.