Otro día quise saber la opinión de don Antonio acerca de una gran serpiente que en cierta ocasión había acometido a Pedro el Cruel.
-No estáis en el cuento -me
respondió mi amigo-. Lo de la serpiente es una hechicería que
algunos escritores del siglo XIV achacan a María Padilla. Dicen, pues, que el regalo de boda que Blanca de Borbón hizo a Pedro fue un hermoso tahalí que agradó sobremanera el rey. María, según aquellos escritores, temerosa de perder el cariño de Pedro, puso el tahalí en manos de un judío, famoso nigromante, y, después que éste lo hubo hechizado, lo volvió a poner entre las demás alhajas. Al día siguiente, Pedro recibió en su corte a los grandes que venían a darle la enhorabuena por su matrimonio, y, de repente, en lugar del hermoso tahalí, con que se adornó en esta ocasión, se vio una espantosa serpiente, que, con el don de la reina, desapareció en un momento de la vista de los circunstantes. Añaden que, desde aquel suceso, Pedro no pudo sufrir el aspecto de Blanca.
-Lástima es -dije yo- que no se forme una colección de los cuentos de hechicería que se conservan por la tradición en estos países.
-Cierto es -respondió don Antonio-,
y también lo es que esta parte de la ciudad podría suministrar
abundantes datos a esa obra. Después de la conquista de Sevilla, se
destinaron para habitación de los moros que quisieron quedarse todas las calles que están al sudeste del Alcázar. Otro barrio, como sabéis, ha conservado el nombre de Judería. Los moros y los judíos eran mucho más instruidos que los españoles, ocupados entonces únicamente en la guerra, y esta superioridad los expuso muchas veces a las sospechas de sus ignorantes vecinos. Los únicos médicos que había a la sazón en España eran, según creo, judíos y moros, y, como la medicina se da la mano con la química, las redomas, los alambiques y los hornillos de un laboratorio no podían menos de confirmar las preocupaciones de los españoles acerca del poder sobrenatural de la magia. Contribuían a mantener estos errores algunos impostores, que, viéndose ya sospechados, procuraban sacar partido de la credulidad y del miedo del vulgo. Acuérdome que en una de las comedias de Lope de Rueda sale un morisco, a quien todos consultan como el mágico titular del pueblo. Después, cuando los descendientes de los moriscos españoles fueron expulsados de la Península de un modo tan cruel e impolítico, prevaleció la idea de que habían dejado muchos tesoros ocultos y de que los guardaban por medios sobrenaturales. Eran entonces tan comunes como en algunas partes de Alemania los cuentos de tesoros encantados. Justamente tenemos enfrente una casa que, en mis mocedades, estuvo mucho tiempo desierta, porque, según decían, se aparecía todas las noches en ella el alma en pena de una mora, condenada a guardar un tesoro.