Pero si no hay un hombre en España
bastante activo, por buen o mal principio, para manejar el poder que las Cortes por consistir de muchos no pueden hacer valer en sus manos, la España no puede hacer otra cosa que lo que ha hecho hasta ahora; y para tener partidas de guerrilla, lo mismo está con Cortes que sin ellas. Si hay este hombre, se le debe poner al frente y no atarle las manos. Arrojar los franceses sin emplear un poder que sea después temible a la libertad doméstica es imposible. Si para defender mi casa necesito hombres con escopetas, éstos mismos podrán robarme. Pero sin ellos, soy asesinado de cierto. ¿Hay duda en lo que debo hacer?
Tres años van de guerra, y
todavía no se ha tomado ni una de las medidas eficaces y efectivas que
exige la situación de un reino ocupado casi todo por los enemigos, en
donde la voz común es morir antes que ser franceses. En los primeros
días de la revolución todo iba consiguiente: las ciudades
hervían, los ciudadanos dejaban sus casas, o mandaban sus hijos a pelear; dinero, alhajas todo estaba pronto, y los gobiernos sólo estaban en peligro de ser desobedecidos si aparecían más lentos que lo que exigía el ardor de los pueblos. Pero después de este primer impulso sólo se han visto ejemplos semejantes en algunas ciudades acometidas, y en tal cual provincia lejana del gobierno. Sí, Señor; lejana del gobierno; porque éstos, desde la Junta Central inclusive, son el más poderoso soporífico que conozco en la naturaleza. Las infelices provincias que están a su alcance duermen con el sueño más profundo. Morir o vencer se grita en ellas más que en parte alguna, porque los que suben a Majestades o Altezas, agotan las frases más pomposas para expresar su patriotismo; pero ¿qué se hace? ¿Mudan de vida los ciudadanos? ¿Se les ve acosar al gobierno para que los emplee contra el enemigo? ¿Se ve olvidar todo lo que no sea guerra? ¿Se despojan de cuanto tienen? No, Señor. En Cádiz se vive poco más o menos como en tiempo de las flotas, a excepción de que el dinero se guarda con más cuidado. ¡Y los franceses a la puerta! ¡Y morir o vencer al mismo tiempo! El poder ejecutivo pide que salgan los voluntarios, y se arguye, y se disputa, y se niegan a ello. Pide dinero, y se alegan servicios anteriores para excusarse de éste. Ahora bien, Señor mío, si hubiera un verdadero poder ejecutivo en quien se pudiera tener esperanza de que aliviase la España de franceses, sepa Vd. lo que debería haber hecho desde su instalación: 1.º) Aniquilar toda autoridad que pudiera entorpecer su marcha; 2.º) pedir el número de hombres que necesitase, y no exceptuar sino a los físicamente imposibilitados hasta completarlo; 3.º) pedir el dinero que fuese necesario para armamento, manutención, etc. y sacarlo, si fuese menester, con una requisición o visita domiciliaria en caso de necesidad; 4.º) hacer dos o tres ejemplares con los refractarios, precediendo un juicio público en que fuesen convictos. Nada menos que la horca al que ponga estorbos a una medida importante, sea con el objeto que fuese. ¡Qué Robespierre! No, Señor: esto es morir o vencer; lo demás es rabiar y ser vencidos.