¿Qué ha sucedido con
nuestras Cortes filósofas y nuestra Regencia matemática?
¿Qué había de suceder? Ponerse las cosas peor que estaban.
Permítame Vd. explicarme con una comparación casera. La España necesitaba de fuego, y sólo tenía una porción de yesca en que prenderlo: quemó una buena cantidad en la revolución de Aranjuez, mas en lugar de aplicarlo a la hoguera se entretuvo en celebrar a Fernando, y la yesca se voló. Prendió otra vez en las primeras victorias contra los franceses, y volvió a olvidarse de que ardía; miró por sí, y ya no había más que cenizas. Quedaba (como allá decimos) una pegadura: las Cortes. Pegó en efecto; consumióse como castillo de pólvora; la hoguera no se ha encendido de nuevo, y no sabemos dónde buscar yesca.
Vea Vd. cómo se me figura a
mí que debiera haberse empleado. En el primer entusiasmo del pueblo y de las tropas por las Cortes debieran haberse valido de él para quitar obstáculos a la unidad y actividad del nuevo gobierno. El primer paso y el más indispensable era dispersar las Juntas, con honores y elogios si se podía, o con soldados si no; nombrar un Regente activo y emprendedor; ir de absoluta conformidad con él en todo cuanto fuese en beneficio de la causa común, y hacerle ver que las Cortes le dispensarían todo el poder de su popularidad siempre que caminase con una honrada y útil ambición, y que lo aniquilarían, valiéndose de esta misma popularidad, si se desviaba del buen camino.