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Según esta exposición de mi
amigo, de cuya exactitud no debe Vd. dudar, ¿podrá Vd. explicarme,
Señor Editor, en qué consiste esta fatalidad que hace que todos los gobiernos se parezcan unos a otros en España? Difícil me parece que dé Vd. solución al enigma, si se pone Vd. a buscarla allá en sus principios filosófico-políticos, que aunque serán muy buenos (yo en eso no me meto) valen en la práctica lo que los de las Cortes, que con tanto encomio nos ponderó Vd. recién instaladas. Yo soy un poco más amigo de cosas de hecho; y a pesar de que soy bastante enemigo de toda especie de tiranía, quisiera ver en España un poco menos de convención, y algo mas de Napoleón. Vea Vd. una especie de refrán político que yo acá me he formado sobre esta materia. A mí me parece que tiene algún sentido, y voy a ver si puedo explicar a Vd. lo que entiendo. Las Cortes vinieron sumamente tarde, no
hay duda; pero aunque hubieran existido desde que salieron los franceses de
Madrid, no habrían servido de mucho si no tomaban otro método que el que han tomado. Muy buenas están las declaraciones de soberanía, y todo eso que se nos dijo: pero lo que yo quisiera es que con menos declaraciones las Cortes se hubieran hecho más soberanas. Hicieron admirablemente en echar por tierra la Regencia que tan malamente había querido impedir que se congregaran: pero hicieron muy mal en formar de propósito un debilísimo poder ejecutivo. Quisieron conservar en sí la soberanía, y la perdieron para sí y para el poder ejecutivo, su hechura. Llamo soberanía el poder efectivo de gobernar. En lugar de poner un poder ejecutivo de tres debieran haberlo depositado en uno; y en vez de haber buscado matemáticos sedentarios, debieran haber puesto por Regente único al hombre más emprendedor y atrevido que se conociera en la nación. Amigo mío: si por mi desgracia necesitase alguna vez someterme a la amputación de un brazo o de una pierna, no buscaría un cirujano sentimental y tierno de corazón, sino un trinchante ágil y determinado. La España necesita operaciones crueles y peligrosas; y más padece en las manos débiles que la consumen, que sufriría en las de un jefe anapoleonado que la tratase a muerte o a vida.
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Cartas de Juan Sintierra
de José María Blanco White
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