He dicho bastante del paso de las Cortes
con respecto a la Inquisición, para que haya que repetir nada sobre
él en este lugar. Pero hablando de los defectos de conducta, éste se presenta, y renueva constantemente en la memoria. La Europa, esperaba de las Cortes que desarraigasen las preocupaciones funestas que aún degradaban a aquél noble pueblo español ¿cómo podía temer que ellas mismas viniesen a darles la fuerza y vida que por sí iban perdiendo? Si la mayoría de las Cortes no cree que la Inquisición entra en el número de las preocupaciones más funestas, si desean conservarla como se hallaba, o más bien restituirla a su antiguo estado, inútil es tratar de convencerlas. Si la mayoría de votos conviene en semejante delirio, poco hay que esperar de las Cortes, y es de temer que si no renuevan pronto sus individuos, ellas sean entre cuyas manos se deshaga últimamente la España.
Habrá muchos que no siendo tan
enemigos como yo de la persecución religiosa crean que este defecto de
las Cortes es más independiente de las demás cualidades de
aquél cuerpo, que lo que a mí me parece, y que como dije al
principio, pueden tener esta manía parcial, conservando un buen juicio para otras cosas. Ojalá que así sea, y yo me engañe. Pero bien pronto hemos de ver la prueba. Si después del desengaño de las derrotas y conducta vergonzosa de sus generales, no adoptan el medio de formar un ejército bajo generales ingleses, si no ponen a disposición de éstos todos los medios que haya para este efecto en las provincias en que deba reclutarse; si no tratan de hacer útil la Galicia, poniendo allí de capitán general a un acreditado general inglés que arme aquella numerosa población, la más a propósito que tiene España para formar un ejército, la más a mano para recibir socorros de Inglaterra, y para intimidar los ejércitos franceses, ahora vayan a adelantarse, ahora estén adelantados en la Península; si no tratan de poner otra Regencia más activa, y despreocupada, que efectúe estos Planes, u otros semejantes; si mientras se entretienen en inútiles debates dejan arder las Américas en guerra por no tomar una determinación noble, generosa, y absolutamente necesaria para el bien de España; si aprueban las bárbaras medidas de la Regencia pasada dejando que sigan su rumbo los generales, y gobernadores que mandó allá, y que mejor estarían en España peleando contra los franceses; si cierran los ojos mientras los españoles europeos y americanos se degüellan unos a otros; si no dan un testimonio decidido de que no perdonan medio para evitar estos horrores, muy satisfechas con haberles declarado el parentesco de hermanos; será inevitable decir que las Cortes deliran en política igualmente que en puntos religiosos y dejarles con sus Inquisidores a que presidan un auto de fe como Carlos II.