El dinero es absolutamente necesario para
continuar la guerra. Las Cortes deben ser el dueño absoluto de los caudales públicos. Si es que temen agraviar al vecindario de Cádiz, concédanle en las presentes circunstancias más representantes en Cortes que los que debieran tener según su población, y destruyan esa Junta rival que los desdora y los abate. Publiquen en seguida empréstitos voluntarios; y si no prueban bien, forzados. Si no basta esto hagan requisiciones; y si esto produce descontento, retírense -pues es señal de que se quieren ya entregar a los franceses-.
El hilo del asunto me ha traído ya los:
Defectos de las Cortes en su conducta
El primero y principal es el que acabo de
indicar, y sobre el cual ha hablado Vd. tanto en su papel: la conducta de las
Cortes con América. Ya conocerá Vd. que yo soy poco amigo de
entrar en filosofías porque no las entiendo muy bien, y aunque alguna vez
también el diablo me tienta, y arguyo, no quiero ahora meter la hoz en miel ajena. Yo voy directamente a la práctica. La Regencia anterior, la presente, las Cortes, y todos los que hayan tenido parte en la conducta de España con sus Américas, no deben a mi parecer llamarse injustos, sino delirantes. ¿Qué es lo que se llama política en un gobierno? Según mi corto entender, es el conocimiento que los que gobiernan una nación deben tener del estado en que se halla, y se hallan las que tienen conexión con ella, para acomodar su conducta a las circunstancias, y sacar del estado de las cosas el mayor provecho posible. Pues vea Vd. si hay modo más pintado de hacer esto al revés, que el que han seguido los gobiernos españoles. Voy a darle razón en cuanto han dicho respecto de los americanos y verá Vd. que a pesar de esto resultan locos. ¡Yo soy Fernando VII!, grita cada cual de las Juntas Provinciales, ¡Yo lo soy más!, dice la Central, ¡Y yo como el mejor!, concluye la Regencia. El ejemplo es poderoso, y al fin empieza a parecer un Fernando VII americano, ¡Qué iniquidad! Ese Fernando es espurio, es de contrabando; las fábricas pertenecen exclusivamente a la península. Así será; pero el Fernando VII americano está a mil leguas lo menos, y es difícil darlo por de comiso. ¿No se han venido a buenas los de España, viendo que cada uno no podía vivir por sí? ¿Por qué no admitir a este nuevo Fernando, que es un valiente refuerzo, porque es más rico que todos juntos los que están ya fundidos en uno? ¡Rico! Por eso no queremos que se suba a mayores: venga su dinero, y guardare de pedir otra cosa. Sería una indignidad, un desdoro que las Cortes se sometiesen a unas provincias que sólo han sido colonias hasta ahora. La obediencia es lo primero. No, señores: los pesos duros son ahora antes que la obediencia. Si los americanos se irritan en negar socorros; si una guerra los disminuye, o los detiene dos o tres años ¿qué prendero les dará a Vds. un doblón por su soberanía?
A la vista está el resultado: ahora tienen las Cortes que estar llorando duelos a la Junta de Cádiz, y los que no han querido condescender con los deseos de quince millones de hombres, que podían y querían sacrificarle cuanto tienen, se ven obligados a adular, a quince o veinte hombres, que se creen soberanos de Cádiz, y que son enemigos natos de las Cortes.