Ahora bien, si pudiera juntar a los
españoles que no tienen casaca en donde pudieran oírme, me parece
que les diría: Caballeros, vamos a cuentas. Ustedes no son mancos, ni
tienen menos corazón que los portugueses. ¿En qué consiste que el mayor y mejor ejército que han tenido los franceses en la Península vaya huyendo de Portugal, acosado por un ejército inglés y portugués, en que los soldados de las dos naciones pelean igualmente bien, sin que se vea un disgusto entre unos y otros? ¿En qué consiste que esos portugueses de quien se hacía tanta burla en España tengan un ejército nacional excelente, y que un regimiento de ellos entre en acción como los mejores delante de Cádiz, mientras que por una cosa o por otra, doce mil españoles se están tranquilamente mirándolos? Claro está que no consistiendo en falta de valor ni de voluntad, todo pende de que los españoles no están bien dirigidos. Tres años de guerra continuamente desgraciada, no obstante las mudanzas que se han hecho en los gobiernos, manifiestan bien claramente que se debe buscar un remedio más efectivo. Cuál sea éste, lo tenemos a la vista. El que ha hecho a los portugueses soldados. El gobierno portugués estuvo un año probando a formar un ejército, y todo fue en vano. Determináronse a dejar a los ingleses la dirección absoluta de este importante ramo, y ya se ven los resultados. Nunca ha podido España durante su revolución formar un ejército que se parezca al que ha organizado un solo hombre, Beresford. Ello es doloroso, el que una nación tenga que llamar extranjeros para que manden sus tropas; pero aquí no hay más que esta alternativa:
nación española con oficialidad inglesa, o
dominación francesa con oficialidad española.
¿Pero es acaso vergüenza el
llamar extranjeros para que en tiempos de paz establezcan fábricas, y
dirijan escuelas de ciencias? Nunca ha degradado esto a un pueblo, porque sus atrasos consisten en el abandono en que los han tenido sus gobiernos, y no en falta de capacidad de sus individuos. Supongamos, Señores, que en España no hubiera quién supiese hacer un fusil, y que diese el gobierno en la locura de dejar que los españoles resistiesen a los franceses sólo a pedradas, entretanto que una porción de sus paniaguados gastaban el tiempo en inventar cómo harían fusiles, por tal de no escuchar a los maestros armeros de otras tierras que los hacen en un dos por tres, ¿lo sufrirían Vds. con paciencia? Vengan los maestros, se diría con razón, hagan los fusiles al momento, y vaya aprendiendo nuestra gente a hacerlos entretanto; pero esto de que vengan los señoritos a ensayarse a nuestra costa es majadería. Pues el caso es el mismo. Está visto que en España no hay quien sepa, o quien pueda formar un ejército. Los que saben encuentran estorbos por todos lados, y los que no saben no necesitan más estorbos que a sí propios. Que los ingleses saben organizar un ejército no hay que dudarlo, porque se está viendo el que ellos tienen, y el que han formado en Portugal; ¿pues por qué habéis de estar sacrificándoos a la ignorancia y al orgullo de los que os quieren mandar sin saber hacerlo?