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Entre las pintorescas ruinas de los castillos fuertes que se elevan por ambas riberas del Rhin, de Strasburgo a Colonia, se distinguen aún a alguna distancia de Maanheím, en una posición elevada y feudal, por decirlo así, los restos de un antiguo lang que llaman Steinberg, y que corona una enorme roca, cenicienta, cuya base se baña en el agua: con sus sombrías murallas, su torre desmantelada, sus losas quebradas y sus estatuas caídas en el polvo, merecería, aún el nombre de, Nido de águila, que emplean ordinariamente los novelistas para designar esas antiguas moradas, desde donde los rapaces barones de la Edad Media dominaban la llanura.

Antiguamente, la roca en donde se halla edíficado el Steinberg se hallaba totalmente desnuda; esa imponente masa que de repente se alzaba, del seno del río con su sombrío torreón, había debido amedrentar más de. una, vez al bateleror que se deslizaba sobre el Rhin, en su cargada barca, y al caballero que atravesaba el valle, del otro lado de la, cadena, de las rocas, con un fardo precioso, en su caballo.

Pero la industria moderna ha cambiado enteramente el aspecto de esos lugares tan temidos antes. La roca era muy vieja y se caía en ruinas, lo mismo que el castillo. El industrioso campesino principió por poner tierra vegetal, a fuerza de brazo, en los ángulos y en las grietas de esa, piedra, desmoronable, sosteniéndola con las pizarras que el mismo suelo suministraba; luego en esa tierra plantó viñas, y poco a poco la roca entera ha desaparecido debajo de los verdes pámpanos.

La hiedra, y las demás plantas parletarias hicieron en el castillo lo que los campesinos habían hecho en su base.

En el día, castillo y roca, presentan en la buena estación una masa verdel, cuyo aspecto no tiene nada de terrible. La Naturaleza, y el hombre se han empeñado a porfía, en ocultar esos antiguos restos de lo pasado; y la Naturaleza y el hombre serán condenados si el que visita el Steinberg es un grave anticuario, y absueltos si es un alegre amigo del vino del Rhin.

Tan poderosa es la vegetación sobre esas ruinas que nadie creería hoy que el Steinberg se hallaba habitado hace apenas veinticinco años; y lo más extraño todavía es que lo estaba, por los desedndientes de esos terribles señores, que en otra época habían hecho de él el teatro de sus exacciones y de sus crueldades.

Los Barones de Steinberg eran una de esas antiguas familias teutónicas cuyo origen se pierde en los tiempos fabulosos de la historia. Era un milagro que esa raza, bastante turbulenta y belicosa, hubiese podido atravesar, sin aniquilarse, aquellas épocas de trastornos y de sangre que desde Carlomagno hasta Napoleón, consumieron tantas razas y arruinaron tantos castillos, lo mismo en las orillas del Rhin que en otras partes.

 
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de Elie Berthet

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