Lejos de nosotros la idea de querer
presentar aquí la historia de la. grandeza y de la decadencia de esa noble casa. Sin embargo, no impunemente sobrevivieron los ilustres Barones y su morada a la terrible guerra de treinta años, a las invasiones de 1795 y de los últimos años del Imperio. En la época de que hablamos, es decir, hacia 18..., el castillo, todo desmantelado, no tenía más que el gran torreón y una ala pequeña que fuesen habitables, y la misma familia de Steinberg se reducía a dos personas: el Barón Enrique de Steinberg, mayor de un regimiento al servicio de la Prusia, y su hermana, Whilelnmina, que habitaba en las ruinas.
El Barón tenía veinticinco
años, y veinte Whilelimna. Su fortuna consistía principalmente en un árbol genealógico que podía cubrir, en verdad, de arriba abajo la parte más alta del castillo, y en unos legajos de pergaminos con los cuales la joven habría podido probar sus dieciseis cuarteles de nobleza en el capítulo de Strasburgo.
El Barón Enrique iba con poca,
frecuencia, a la morada de sus padres por causa de sus deberes militares; y, además, sus hábitos de disipación y de placeres le habían hecho aquella mansión insoportable. De este modo su hermana Whilelmina vivía encerrada en una profunda, soledad en el torreón del Steinberg, sin otra compañía que la de una vieja criada que la servía de madre y el hijo de esta mujer, muchachón tan torpe como pesado, que se hallaba encargado de administrar los últimos restos de las tierras dependientes del feudo.
A favor de su carácter pensativo y
melancólico, Whilelmina había acabado por acostumbrarse a esta pacífica existencia. Aquella sombría habitación se hallaba poblada con los recuerdos de su raza, y por eso no había, querido nunca sallir de ella. En vano, su hermano, conociendo el aislamiento en que se hallaba, la había, dicho mil veces que se decidiese á entrar en un convento, católico de Manheim, en donde había sido educada; la joven contestaba, á todas sus instancias que la permitiese conservar su independencia, y hasta entonces el Barón había accedido a sus súplicas.
Sin embargo, esta, posición no
podía durar mucho tiempo: Whilelmina se había vuelto una joven encantadora, cuya dulce belleza metía mucho ruido hasta en Heildelberg, la ciudad universitaria que se hallaba a muchas millas de distancia. Era imposible que permaneciese así confinada toda su vida, en aquel torreón desmantelado, y he aquí por qué el mayor, a pesar de sus egoístas cuidados, se propuso colocar a su hermana en una posición más digna de ambos.
Entretanto, la hija y heredera de los
antiguos señores del Steinberg vivía en un estado muy próximo a la pobreza. Las rentas del feudo eran muy módicas, limitándose únicamente a los productos de una pequeña viña plantada en un hueco de la roca. Por fortuna, el vino que producían esas miserables copas era de lo más exquisito.