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V

- Yo la he de encontrar, la he de encontrar; y si la encuentro, estoy casi seguro de que he de conocerla . . . ¿En qué? Eso es lo que no podré decir . . . ; pero he de conocerla . . .El eco de sus pisadas o una sola palabra suya que vuelva a oír, un extremo de su traje, un solo extremo que vuelva a ver me bastarán para conseguirlo. Noche y día estoy mirando flotar delante mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras . . . ¿Qué dijo?. . . ¿Qué dijo? ¡Ah!, si yo pudiera saber lo que dijo, acaso . . . ; pero aun sin saberlo, la encontraré . . . la encontraré me lo da el corazón y mi corazón no me engaña nunca. Verdad es que va he recorrido inútilmente todas las calles de Soria; que he pasado noches y noches al sereno, hecho poste de una esquina; que he gastado más de veinte doblas de oro en hacer charlar a dueñas y escuderos; que he dado agua bendita en San Nicolás a una vieja, arrebujada con tal arte en su manto de anascote que se me figuró una deidad; y, al salir de la Colegiata una noche de maitines he seguido como un tonto la litera del arcediano, creyendo que el extremo de sus hopalandas era el del traje de mi desconocida; pero no importa . . . Yo la he de encontrar, y la gloria de poseerla excederá seguramente el trabajo de buscarla.

-¿Cómo serán sus ojos?... Deben ser azules, azules húmedos como el cielo de la noche, me gustan tanto los ojos de ese color, son tan expresivos, tan melancólicos, tan. . . Sí. . . no hay duda; azules deben ser, azules son, seguramente; . sus cabellos, negros, muy negros y, largos para que floten. . . Me parece que los vi flotar aquella noche, al par que su traje, y eran negros. . . , no me engaño, no, eran negros.

¡Y qué bien sientan unos ojos azules, muy rasgados y adormidos, y una cabellera suelta, flotante y oscura, a una mujer alta. . . ; porque... ella es alta, alta y esbelta como esos ángeles de las portadas de nuestras basílicas, cuyos ovalados rostros envuelven en un misterioso crepúsculo las sombras de sus doseles de granito!

 
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El rayo de luna de Gustavo Adolfo Bécquer   El rayo de luna
de Gustavo Adolfo Bécquer

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