III
Llegó al punto en que había
visto perderse entre la espesura de las ramas a la mujer misteriosa. había desaparecido. ¿Por dónde? Allá lejos, muy lejos, creyó divisar por entre los cruzados troncos de los árboles corno una claridad o una forma blanca que se movía.
-¡Es ella, es ella, que lleva alas
en los pies y huye como una sombra! - dijo, y se precipitó en su busca, separando con las manos las redes de hiedra que se extendían como rico tapiz de unos en otros álamos. Llegó rompiendo por entre la maleza y las plantas parásitas hasta una especie de rellano que iluminaba la claridad del cielo. . . ¡Nadie! -¡Ah!, por aquí, por aquí va - exclamó entonces -. Oigo sus pisadas sobre las hojas secas, y el crujidor de su traje que arrastra por el suelo y roza en los arbustos - y corría, corría como un loco de aquí para allá, y, no la veía -.
Pero siguen sonando sus pisadas -
murmuró otra vez - creo que ha hablado; no hay duda, ha hablado.... El viento que suspira entre las ramas; las hojas, que parece que rezan en voz baja, me han impedido oír lo que ha dicho; pero no hay duda, va por ahí, ha hablado. . . ha hablado. . . ¿En qué idioma? No sé; pero es una lengua extranjera. . . - y tornó a correr en su seguimiento, unas veces creyendo verla, otras pensando oírla; ya notando que las ramas, por entre las cuales había desaparecido, se movían; ya imaginando distinguir en la arena la huella de sus breves pies; luego, firmemente persuadido de que un perfume especial que aspiraba a intervalos era un aroma perteneciente a aquella mujer que se burlaba de él complaciéndose en huirle por entre aquellas intrincadas malezas. ¡Afán inútil!