Las dificultades para desocultar a través de los relatos los miedos
enterrados es mayúscula, pero una vez superada esa etapa, la riqueza de
información nos sitúa en una plataforma interpretativa de la dimensión y
profundidad del terror ejercitado contra la comunidad, los tipos de registros
que siembran en la subjetividad y las fisuras en el mapa de tramas que componen
el denso tejido de la historicidad de los habitantes del territorio
violentado.
Existen casos aun no estudiados sobre este tipo de miedo, los pueblos
tucumanos en el noroeste argentino en época de Antonio Domingo Bussi (1974-1983)
gobernador de facto, quien reprimió ferozmente comunidades en reclamo de sus
derechos laborales hasta provocar una de las mayores diásporas humanas y creó
pueblos con esencia de comunidades imaginadas, porque todo aquel que fue
beneficiado a vivir ahí tenía un lugar pre-asignado, vigilado y controlado;
además, renunciaba a pensar en el pasado, olvidar los muertos y los criminales,
en definitiva ocultar los miedos.
Así entra el miedo en la política, algunas veces por la incertidumbre y la
imprevisibilidad, en otros casos sembrado en las relaciones entre el Estado y la
sociedad, donde el primero actúa con medidas extremas de poder para doblegar el
ejercicio de la libertad del ente social.
El miedo es concebido en la política como la percepción de amenaza, real o
imaginaria, vinculada con la idea de un orden. Cuando un régimen se apropia de
los miedos y los ideologiza en lucha contra el crimen organizado, el terrorismo
y/o populismo, instrumentaliza el lenguaje y la acción y lo convierte en
terror.
El miedo por su sombrío cuerpo e imperceptibles pasos paraliza y carga de
sufrimiento a quienes lo perciben. Provoca una doble ruptura en el sujeto,
interna en relación con el mapa organizador de las ideas, desordenándole las
coordenadas que arman la estrategia de conducción de sus quehaceres y lo deja
abandonado a un estado traumático con la idea de victima perseguida y espiada.
La fractura externa es ruptura de los hilos asociativos con el otro, desembone
mismo de la relación de él con la comunidad, orillándolo a una situación de
aislamiento, insularidad, desconfianza e individuación. El miedo vivido y
prolongado en miedo oculto puede llevarnos a un cuadro de terror permanente
donde la circunstancia del sujeto lo aprisiona, recorta su accionar y ve en su
entorno una amenaza permanente que lo coloca en una posición defensiva
perpetua.
Lo anterior produce severas distorsiones en nuestra percepción y si la
realidad es gran parte de lo que percibimos cotidianamente, percibe el sujeto en
terror un ambiente capaz de conducirle a un estado delirante.