Y quedó concertada la apuesta. Los dos ingleses subieron a un coche, seguidos por el paisano, y el carruaje no tardó en detenerse ante la granja.
-Buenas tarde, vieja.
-Buenas tardes, viejo.
-Hice el cambio.
-Sí, tú sabes lo que haces -dijo la mujer. Y le dio un abrazo, sin reparar para nada en los desconocidos, ni fijarse en la bolsa.
-Conseguí una vaca a cambio del caballo -dijo el viejo.
-¡Gracias a Dios! Tendremos riquísirna leche, y además queso y manteca. ¡Es un cambio de lo más productivo!
-Sí, pero cambié la vaca por una oveja.
-¡Ah, pues eso es mejor
todavía! Siempre piensas en todo. Tenemos pastos suficientes para una oveja. No faltarán leche y queso, y además chalecos de lana y medias. La vaca no da nada de esto. ¡Cómo piensas en todo!
-Pero es que di la oveja a cambio de un ganso.