Hacia el atardecer comenzó a llover
de nuevo y a fin de pasar el tiempo inicié a mis compañeros de viaje en los secretos del piquet. El juego desarrolló una inquietante aptitud y a la postre resulté ser el Paganini de las excelencias que encontraríamos en Conesa, pues a bordo faltaban por completo las bebidas alcohólicas, no por principio, sino por descuido.
A partir de entonces volvimos a gozar de buen tiempo, aun cuando el viento algo frío nos pasaba silbando por las orejas. Durante todo el día nos paseábamos por la cubierta colmada de cajones, cajas, troncos, fardos de pasto, etc., para apreciar el paisaje y conversar con los nativos sobre sus anécdotas y experiencias y siempre encontramos en ellos buena disposición y cordialidad.
En estos viajes se suele tropezar con casos interesantes, sobre los cuales se logran reunir abundantes informaciones.
Las barrancas aparecen en las
cercanías del río ora al norte, ora al sud. A veces se ven grandes -abras- cubiertas de pastos tiernos. El río estaba creciendo y carcomía ininterrumpidamente la tierra de la orilla. Era posible observar con toda claridad la formación de las capas del terreno y por momentos aparecía el humus de varios metros de espesor.