Se que he sido siempre
igual, se que he estado siempre igual, perdido y no encontrado, guardando con
misterio aquel ser desolado, que en mi interior se retuerce por salir, por
escapar...
Vi a un Dios morir y a un
niño llorar, vi como un cometa arañó una estrella una gota de vida, una gota de
dolor. Lloró fuego y pensó: morir algún día, pero esa sería mi perdición, y la
del resto de la vida.
Vi un dragón nacer, y comió
de mis manos. Creía en su amo y una vez lo devoró. Un león le atacó, y él con
sus garras se defendió. Lloró por su muerte y creó la conciencia, el
remordimiento, el dolor...
Y aquí estoy yo producto de
esa melancolía.
Conocí a una tortuga que me
habló de su pasado, y quedé asombrado, pues mil historias me había contado. Con
filosofía se tomó la vida, esa cruel experiencia, sin prisas y sin pausas supo
llegar a donde quería, a ese lugar tranquilo, sin guerras, sin sufrimientos, sin
destrucción, sin dolor, sin pensamiento, lleno de armonía, de paz y de
felicidad.
Un lugar donde el agua
corría con pureza, donde los pájaros cantaban en sus nidos, que en cientos de
árboles adornaban sus parajes, que son como sueños.
Entonces yo me desperté y
lo recordé... corrí fuera de mi tumba, y grité.
No era un sueño, era una
pesadilla.
Aquél silencio no se podía
soportar aquellos árboles no los podía soportar.
Regresé a mi tumba para
olvidar, tapado con la arena, y acurrucado por el frío, volví a gritar, ya que
nada permanece, ni siquiera la esencia.
¡No hay nada para siempre!,
volví a exclamar, y exclamé y exclamé hasta no poder
más.
Herido en mi interior pude
soportar aquello, pude controlar la realidad, la virtualidad, mi
realidad.
Una realidad donde yo
aparezco, como un monstruo, como un ser extraño, lleno de soledad: y puedo
vencerla, y puedo soportarla, aunque vuelva a caer envenenado, sólo quiero
recordar aquella conversación, recordar aquellas imágenes.
Imágenes
que un día se olvidarán por el resto de la humanidad.
Y pienso: ¿qué hacer sin
rimar?.
Conociendo mi destino,
puedo volver a cavar, esa tumba podrida, para poder escapar y no caer dentro de
ella.
Ahora tengo que despedirme,
de aquel mundo donde he nacido, para no volver jamás, para morir
dormido.
Y en la soledad vuelvo a
recordar, que para siempre es mi soledad.