Dijo adiós a mi monstruo, y
ella sola me enterró.
Bailó sobre mi tumba, y
luego lloró.
Me regaló una rosa,
ensangrentada de dolor, me regaló un cuchillo, ensangrentado de mi
amor.
Pierdo ahora la
concentración, pierdo el miedo en mi interior, sé que es difícil entender, como nadie puede ser
como es.
Aquella princesa vivía en una
torre, que yo nunca alcancé, en un caballo blanco de alas ardientes me monté, y
llegué a lo más alto de la habitación.
Con
una flecha ella destruyó aquel tierno caballo que me ayudó.
Desde entonces no existo,
por dolor y sin filosofía y me convierto en una leyenda, que siempre tuvo
fantasía.
Pensé que el amor existe
siempre, pensé que en aquél momento sería eterno, pensé que nunca moriría pero
ahora comprendo aquella jaula de grillos y se que nada permanece eternamente, se
que no hay nada para siempre.
Quería mutilarme de dolor y
controlé mi ser de sangre.
Quería mutilar con dolor, y
controlé mi sed de venganza.
La muerte es una prisión de
la que no puedo escapar, y tú fuiste la culpable.
Por la espalda me mataste y
luego me odiaste.
Tu batalla yo perdí y fui
capturado en mi guerra, sufrí duras torturas que acabaron por
odiarte.
Ahora se que tú, Razón,
estás muy lejos de mi corazón.
Y yo grito, y yo hablo,
murmuro en voz alta, y exclamo en silencio.
Resuelvo mis problemas que
en el más allá me esperan cuando dejé mi cuerpo en pena y corra devorando mis
pasos.