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¡Y yo pertenecía a ella!

Sin vacilar adopté mi línea de conducta. Sabía que mis pies no estaban habituados a ese terreno, pero cuando es necesario, sé saltar por encima de los obstáculos.

- Tenemos en nuestras manos la cosa decididamente más grande que haya sido inventada - dije y subrayé el tenemos - si usted no quiere admitirme en el negocio, tendrá que rechazarme a tiros. Desde mañana vendré para servirle de cuarto peón.

Cavor pareció sorprendido de mi entusiasmo, pero sin muestras de sospechas ni hostilidad. Más bien manifestó que se consideraba demasiado favorecido.

Me miró con expresión de duda.

- ¿Entonces usted piensa realmente?... - dijo. - ¡Y su drama! ¿En qué queda su drama?

-¡Se ha desvanecido! - exclamé.- ¿No ve usted, mi señor y amigo, lo que me ha caído en las manos? ¿No ve usted lo que va usted a hacer?

Aquella era una nueva escaramuza retórica, pero, positivamente, ¡el hombre no había pensado en eso! Al principio no pude creerlo. ¡No había tenido ni el más remoto germen de tal idea! El asombroso hombrecito había trabajado constantemente con fines puramente teóricos! Cuando decía que su investigación era "la más importante" que el mundo había visto, quería decir sencillamente que ponía en claro tales, y cuales teorías, que resolvía este o el otro punto hasta entonces dudoso: no se había preocupado más de las aplicaciones de la materia que iba a hacer, que si se hubiera tratado de una máquina para hacer cañones. ¡Era una substancia de existencia posible, y él iba a hacerla! Voilá tout, como dicen los franceses.

¡Lo que decía después... era infantil! Si hacía la substancia, ésta pasaría a la posteridad con el nombre de Cavorina o Cavorita, y a él se le discerniría un título, y su retrato aparecería en La Nature, como el de un hombre de ciencia, y todo por ese estilo. ¡Y su vista no iba más allá! Si la casualidad no me hubiera llevado allí, el hombre habría dejado caer esa bomba en el mundo con la misma sencillez que si hubiera descubierto una nueva especie de mosquitos. Y la cosa habría quedado allí, desdeñada o solo apreciada a medias, como otros descubrimientos de no pequeña importancia, que hombres de ciencia distraídos han regalado al universo. Cuando me di cuenta de esto, yo fui quien hizo el gasto de palabras y Cavor el que decía: "Continúe usted." Me paré de un salto, me puse a pasear por la habitación, gesticulando como un mozo de veinte años. Traté de hacerle comprender sus deberes y responsabilidades en el asunto, nuestros deberes y responsabilidades. Le aseguré que podíamos adquirir suficientes riquezas para poner en práctica cualquier clase de revolución social que imagináramos; que podíamos poseer y mandar al mundo entero. Le hablé de compañía y patentes, y de, las garantías para procedimientos secretos. Todo esto parecía tomarle, tan de sorpresa como sus matemáticas me habían tomado a mí. Una expresión de perplejidad apareció en su carita rubicunda, y de su boca. salió un balbuceo sobre su indiferencia por las riquezas; pero yo puse todo esto a un lado: tenía que ser rico, y sus balbuceos de nada servían. Le di a entender la clase de hombre que era yo, que había tenido tan considerable experiencia en los negocios. No le dije entonces que pesaba sobre mí una sentencia de quiebra, porque ésta era temporal; pero creo que concilié, mi evidente pobreza con mis pretensiones de conocimiento financiero. Y de la manera más insensible, en la forma en que esa clase de proyectos crecen, surgió entre nosotros un convenio para el monopolio de la Cavorita; él haría la mercancía y yo haría la réclame.

Yo me pegaba como una sanguijuela al "nosotros": "usted" y "yo" no existían para mí.

Su idea era que las ganancias de que yo lo hablaba las dedicáramos a nuevas investigaciones, pero eso, por supuesto, era asunto que tendríamos que arreglar más tarde.

- ¡Está bien! ¡Está bien! - le gritaba yo.

La cuestión era, y yo insistía en ello, fabricar la cosa.

- Somos dueños de una substancia - continué, siempre a gritos,- de que ninguna casa, ni fabrica, ni fortaleza, ni buque, se atreverá a carecer; una substancia más universalmente aplicable aún, que una medicina patentada! ¡No hay uno solo de sus aspectos, uno de sus mil usos posibles, que no nos haga ricos, Cavor, hasta más allá de los sueños de la avaricia

- ¡Cierto! - dijo. - Ya empiezo a ver. Es extraño como adquiere uno nuevos puntos de vista al hablar de las cosas.

- ¡Y la suerte ha querido que hable usted con el hombre más a propósito para el caso!

- Supongo - dijo,- que nadie es absolutamente adverso a las riquezas enormes. Pero convengamos en que hay un punto obscuro...

Se interrumpió. Yo lo miré atento.

-¡Es también posible, ¿sabe usted? que, después de todo, no seamos capaces de hacerla! Puede ser una de esas cosas teóricamente posibles, pero absurdas en la práctica, o cuando la hagamos puede presentarse algún pequeño obstáculo...

-Venceremos el obstáculo cuando se presente - fue mi respuesta.

 
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