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El objeto de la investigación del señor Cavor era una substancia que fuera "opaca"; - empleaba además otra palabra que he, olvidado, pero "opaca" expresa la idea - a "todas las formas de la energía radiante." "Energía radiante" me explicó era cualquier cosa como la luz y el calor, o como los rayos Röntgen de que se habló tanto hace un año o algo así, o como las ondas eléctricas de Marconi, o como la gravitación. Todas esas cosas, decía, irradian de centros y obran sobre los cuerpos a la distancia, de donde viene el término "energía radiante." Pero casi todas las substancias son opacas a una forma ú otra de la energía radiante. El vidrio, por ejemplo, es transparente a la luz, pero lo es mucho menos al calor, por lo cual se le emplea como pantalla; y el alumbre es transparente a la luz, pero detiene completamente el calor. Por otro lado, una solución de yodina en carbón bisúlfido, detiene completamente la luz, pero es bastante transparente al calor: ocultará una luz de la vista de usted, pero permitirá que llegue hasta usted todo su calor. Los metales son no solamente opacos a la luz y el calor, sino también a la energía eléctrica, la cual pasa tanto a través de la solución de yodina como del vidrio, casi como si no los encontrara en su camino. Y así sucesivamente.

Prosigo. Todas las substancias conocidas son "transparentes" a la gravitación. Puede usted emplear pantallas de varias clases para impedir que llegue a un punto la luz, o el calor, o la influencia eléctrica del sol, o el calor de la tierra; puede usted impedir, con hojas de metal, que los rayos Marconi lleguen a tal o cual cosa, pero nada puede cortar la atracción gravitativa del sol o la atracción gravitativa de la tierra. Pues bien, ¿por qué no ha de haber algo que sirva para eso? Cavor no se explicaba que no existiera tal substancia, y yo, ciertamente, no podía decírselo: nunca hasta entonces había pensado en semejante, asunto. Me demostró, mediante cálculos escritos en papel y que lord Kelvin, sin duda, o el profesor Lodge o el profesor Karl Pearson, o cualquiera de esos grandes hombres de ciencia habría entendido, pero que a mí me reducían sencillamente A una impotencia de gusano, que no sólo era posible la existencia de tal substancia, sino que, además , ésta servía para llenar ciertas condiciones de la vida. Aquello fue una sorprendente serie de razonamientos, que entonces me causó mucha admiración y me instruyó mucho, pero que ahora me sería imposible reproducir. "Sí" - decía yo a todo;- "¡sí, continúe usted!" Baste para nuestra historia saber que Cavor creía ser capaz de fabricar esa posible substancia opaca a la gravitación, con una complicada liga de metales y algo nuevo - un nuevo elemento, me imagino - llamado, según creo, hélium, que le habían enviado de Londres en tarros de hierro, herméticamente cerrados. Ha habido dudas sobre este punto, pero yo estoy casi cierto de que era hélium lo que le enviaban en tarros de hierro. Era. Algo muy gaseoso y tenue.

Si yo hubiera pensado en tomar apuntes...

Pero, dígame, ¿cómo había de prever entonces la necesidad de tomar apuntes?

Cualquier persona con un ápice de imaginación comprenderá los extraordinarios alcances de tal substancia, y participará un poco de la emoción que sentí cuando esa comprensión surgió para mí del laberinto de frases abstrusas con que Cavor se expresaba ¡Cómica escena para un teatro; cierto! Algún tiempo transcurrió antes de que me fuera dado creer que había interpretado correctamente lo que me decía, y tuve especial cuidado en no hacerle preguntas que le hubieran permitido medir la profundidad del pozo de ignorancia en que echaba, su cotidiana, explicación; pero nadie que lea esta historia comprenderá completamente mi estado de espíritu en aquellos días, porque, de mi narración insuficiente, será imposible extraer la fuerza de mi convicción de que aquella sorprendente substancia iba a ser fabricada.

No recuerdo haber dedicado a mi drama una hora de trabajo consecutivo a partir de mi primera visita a su casa. Mi imaginación tenía ya otras cosas en que ocuparse. Parecía no haber límites, para los alcances de la tal substancia: cualquiera que fuese el objeto a que me imaginara aplicarla, llegaba a milagros y revoluciones. Por ejemplo, si alguien necesitaba alzar un peso, por enorme que fuera, con sólo poner una hoja de esa substancia debajo, podría levantarlo como se levanta una paja. Mi primer impulso natural fue aplicar el principio a los cañones y acorazados, y a todos los materiales y métodos de guerra, y de eso pasé a la navegación mercante, a la locomoción, a la construcción de casas, a todas las formas concebibles de la industria humana. La casualidad que me había conducido a la misma cuna de los nuevos tiempos - el descubrimiento marcaría una época, seguramente, - era de esas casualidades que se presentan una vez en mil años. La cosa se desarrollaba, se extendía, se extendía...

Entre otras de sus consecuencias, conté mi redención de los negocios. Vi ya formada una compañía principal y compañías secundarias, patentes á la derecha, patentes a la izquierda, sindicatos y trusts, privilegios y concesiones, que brotaban y se esparcían, hasta que una vasta, estupenda compañía Cavorita manejaba y gobernaba el mundo.

 
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