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Sin que me diera cuenta del por qué, algo comenzaba a inclinarme a aquel hombre,.

- Fastidiarme, no - dije:- pero... ¡imagínese que estuviera usted escribiendo un drama!

- No lo podría.

- Bueno: cualquier cosa que exija concentración.

- ¡Ah! Por supuesto...

Y siguió meditando. Su cara adquirió una expresión de desaliento tan grande, que me sentí aún más inclinado hacia él. Al fin y al cabo, hay algo de agresión en preguntar a un hombre a quien no se conoce, por qué sopla en un camino público.

- Vea usted -dijo:- es un hábito.

- ¡Oh! Lo reconozco.

- Tengo que desprenderme de él.

- No lo haga usted si le contraría. De todos modos yo no tenía que hacer... me he tomado una libertad demasiado grande.

- De ninguna manera, señor: de, ninguna manera. Debo a usted un gran servicio. Tengo que precaverme contra esas cosas. En lo sucesivo lo haré. ¿Puedo molestar a usted... una vez más? ¿Ese ruido?...

- Una cosa así -le conteste:- Zuzuú, zuzuú. Pero realmente, no sé...

- Quedo muy agradecido. La verdad es que... lo sé ... estoy volviéndome distraído hasta lo absurdo. Usted tiene, razón, señor, mucha razón. Cierto, le debo a usted un gran favor. Pero eso acabará. Y ahora, señor, le he hecho a usted venir mucho más lejos de lo que debería.

- Espero que mi impertinencia...

- No hay tal cosa, señor; no hay tal cosa.

Nos miramos un momento. Lo saludé con el sombrero y le di las buenas noches: él me, contestó convulsivamente, y así nos separarnos.

Cuando llegué a la empalizada, me, volví, y le miré, alejarse. Su actitud había sufrido un notable cambio: parecía que cojeaba, iba todo encogido. Ese contraste con sus gesticulaciones y resoplidos de antes me parecieron patéticos, por absurdo que parezca. Le contemplé hasta que se hubo perdido de vista. Después, lamentando con toda sinceridad no haberme abstenido de mezclarme en lo que no me importaba, volví a mi casa y a mi drama.

Al día siguiente no le vi, ni al otro. Pero estaba muy presente en mi memoria, y se me había ocurrido la idea de que, como personaje cómico-sentimental, podría serme muy útil para el desarrollo de mi obra. Al tercer día se presentó a visitarme.

Durante largo rato me perdí en conjeturas sobre lo que podía haberle llevado a mi presencia. Inició conversaciones sin importancia de la manera más formal, hasta que, bruscamente, entró en materia: quería comprarme mi casita.

- Vea usted - me dijo;- no le hago el menor reproche, pero usted ha destruido un hábito mío, y eso me desorganiza mi plan de vida cotidiana. Hace años, años, que paso por aquí todos los días. Sin duda he tarareado o soplado diariamente...¡Usted ha hecho imposible todo eso!

Le insinué que podía tomar otra dirección en sus paseos.

- No, no hay otra dirección: ésta es la única. Ya he averiguado. Y ahora, todas las tardes a las cuatro... me encuentro sin saber qué hacer.

- Pero, querido señor mío: si eso es para usted tan importante...

- Es de importancia vital. Vea usted, yo soy un investigador. Estoy empeñado en una averiguación científica. Vivo...- hizo una pausa y pareció reflexionar, - exactamente allí - añadió, y con el dedo señaló bruscamente, con gran peligro para uno de mis ojos:- en la casa de chimeneas blancas que ve usted por encima de los árboles. Y mis circunstancias son anormales... anormales. Estoy en vísperas de completar una de las más importantes demostraciones... puedo asegurarlo a usted, una de las más importantes demostraciones que se hayan hecho hasta ahora. Eso requiere constante meditación, constante libertad mental, y actividad. ¡Y la tarde era mi hora de más brillo! En la tarde bullían en mi mente las ideas nuevas, nuevos puntos de vista.

- Pero ¿por qué no continua usted sus paseos por acá?

- La cuestión seria ahora diferente. Yo pensaría más en mi que en otra cosa, pensaría que usted, escribiendo su drama, me miraría irritado, en vez de pensar en mi obra... ¡No! Es necesario que me seda usted su casa.

Yo medité. Naturalmente, necesitaba reflexionar a fondo sobre el asunto antes de adoptar una decisión definitiva. En aquella época por regla general, yo estaba siempre dispuesto para los negocios, y el de vender era uno que me atraía siempre; pero en primer lugar, la casita no era mía y aún en caso de que se la vendiera a un buen precio, tal vez tropezaría con inconvenientes para la entrega de la mercancía si su verdadero propietario olfateaba el negocio; y en segundo lugar, todavía... todavía no me habían levantado la sentencia de quiebra... El asunto era visiblemente de los que requieren ser manejados con delicadeza. Por otra parte, la posibilidad de que mi visitante anduviera en busca de algún invento valioso, me interesaba. Se me ocurrió que me agradaría conocer algo más de su investigación, no con intenciones aviesas, sino sencillamente porque el saberlo sería un alivio para un dramaturgo atareado. Y eché la sonda.

 
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