El señor Desirandelle, muy disgustado por aquel contratiempo y por el alboroto, hubiera enviado con mucho gusto a todos los diablos al señor Dardentor y a la señora de Desirandelle. Pero lo más importante era llevarla al camarote, que no debió abandonar. Procuró levantarla del banco en que se había dejado caer. Hecho esto la cogió por la cintura, y ayudado por una de las camareras la hizo bajar de la toldilla al puente.
Después de haberla arrastrado por el comedor hasta su camarote, se la desnudó, se la acostó, se la envolvió en la manta con el objeto de darle el calor vital, casi extinguido.
Acabada esta operación penosa, el señor Desirandelle subió de nuevo a la toldilla, desde la que sus miradas furiosas y amenazadoras recorrieron los muelles de la antigua balsa.
El retrasado no estaba allí... Y aunque hubiese estado, ¿qué podría hacer sino entonar el mea culpa, golpeándose el pecho?
En efecto, después de su evolución, el Argelés habíase dirigido por el centro del paso, y recibía los saludos de los curiosos apiñados, de una parte sobre el muelle, de otra en torno del embarcadero de San Luis.
Después modificó ligeramente su dirección sobre babor a fin de evitar una goleta, cuya última bordada se prolongaba al interior de la ensenada, y franqueando el paso, el capitán Bugarach maniobró de forma de dar vuelta al rompeolas por el Norte y doblar el cabo de Cette a pequeña velocidad.