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La distinción entre hazaña y tráfago coincide con una diferencia entre los sexos. Difieren éstos no sólo en estatura y fuerza muscular, sino -acaso más decisivamente -en temperamento, y esta diferencia tiene que haber dado origen, desde tiempos muy remotos, a una división del trabajo correspondiente a aquélla. La serie de actividades que en términos generales caen bajo la denominación de hazaña corresponden al varón como más fuerte, más robusto y más capaz de una tensión violenta y repentina, y más fácilmente inclinado a la autoafirmación, la emulación activa y la agresión. Las diferencias de robustez, de carácter fisiológico y de temperamento que hay entre los miembros del grupo primitivo pueden ser pequeñas; de hecho, en algunas de las comunidades más arcaicas que -conocemos como por ejemplo, las tribus de los andamanes-, parecen ser relativamente pequeñas y sin importancia. Pero en cuanto ha comenzado una diferenciación de funciones basada en las líneas marcadas por esta diferencia de físico y de ánimo, se amplía la diferencia originaria de sexos. Se produce entonces un proceso acumulativo de adaptación selectiva a la nueva distribución de tareas, especialmente si el habitat o la fauna con que el grupo está en contacto son de un tipo que exige el ejercicio de las virtudes más vigorosas. La persecución habitual de la caza mayor exige un empleo frecuente de las cualidades viriles de robustez, agilidad y ferocidad y, por tanto, difícilmente puede dejar de apresurar y ensanchar la diferencia de funciones entre los sexos. Y en cuanto el grupo entra en contacto hostil con otros grupos, la divergencia de función adoptará la forma desarrollada de una distinción entre lo que es hazaña y lo que es industria.

En tal grupo depredador de cazadores, la lucha y la caza vienen a constituir el oficio de los hombres físicamente aptos. Las mujeres hacen el resto del trabajo que hay que realizar -los demás miembros del grupo que no son aptos para llevar a cabo el trabajo propio de los hombres son clasificados a este propósito con las mujeres-. Ahora bien, la lucha y la caza a que se dedican los hombres son dos tareas que tienen el mismo carácter general. Ambas son de naturaleza depredadora; tanto el guerrero como el cazador cosechan donde no han sembrado. Su demostración agresiva de fuerza y sagacidad difiere evidentemente de la asidua y rutinaria transformación de materiales que realizan las mujeres; no puede calificarse de trabajo productivo sino más bien de adquisición de sustancias por captura. Siendo ésta el trabajo del hombre bárbaro en su forma más desarrollada y más diferenciada del trabajo de las mujeres, todo esfuerzo que no implique una proeza visible viene a ser indigno del varón. Conforme va ganando consistencia la tradición, el sentido corriente de la comunidad le exige un canon de conducta, de tal modo que en ese estadio cultural para el hombre que se respete no es moralmente posible ninguna tarea ni adquisición que no tenga por base una proeza -fuerza o fraude-. Cuando mediante una muy prolongada costumbre se consolidan en el grupo unos hábitos de vida depredadores, la matanza y destrucción de los competidores en la lucha por la existencia que tratan de resistirlo o burlarlo, el domeñar y reducir a subordinación aquellas fuerzas extrañas que no se presentan en el medio como refractarias a su voluntad se convierten en el oficio acreditado del hombre cabal dentro de la economía social. Esta distinción teórica entre la hazaña y el tráfago está tan tenaz y escrupulosamente arraigada en muchas tribus cazadoras, que el hombre no puede llevar al hogar la caza que ha matado, sino que tiene que enviar a su mujer para que realice esa tarea inferior.

 
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de Thorstein Veblen

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