Puede, por tanto, objetarse que no es posible que haya existido un estadio inicial de vida pacífica como el aquí supuesto. No hay en la evolución cultural un punto antes del cual no se produzcan luchas. Pero el punto que se debate no es la existencia de luchas, ocasionales o esporádicas, ni siquiera su mayor o menor frecuencia y habitualidad. Es el de si se produce una disposición mental habitualmente belicosa -un hábito de juzgar de modo predominante los hechos y acontecimientos desde el punto de vista de la lucha-. La fase cultural depredadora se alcanza sólo cuando la actitud depredadora se ha convertido en la actitud espiritual habitual y acreditada de los miembros del grupo; cuando el combate ha pasado a ser la nota dominante de la teoría normal de la vida; cuando, finalmente, la apreciación vulgar de los hombres y las cosas ha llegado a ser una apreciación orientada hacia la lucha.
La diferencia sustancial entre la fase cultural pacífica y la depredadora es, por tanto, una diferencia espiritual, no mecánica. El cambio de actitud espiritual es el resultado de un cambio en los hechos materiales de la vida del grupo y se advierte, de modo gradual, conforme se van produciendo las circunstancias materiales favorables a una actitud depredadora. El límite inferior de la cultura depredadora es un límite industrial. La depredación no puede llegar a ser el recurso convencional, habitual de ningún grupo o clase hasta que el desarrollo de los métodos industriales haya alcanzado un grado tal de eficacia que, por encima de la subsistencia de quienes se ocupan de conseguir los medios para ella, quede un margen por el que merezca la pena luchar. La transición de la paz a la depredación depende, pues, del desarrollo de los conocimientos técnicos y del uso de herramientas. En consecuencia, en las épocas primitivas, mientras no se hayan desarrollado las armas hasta el punto de hacer del hombre un animal formidable, imposible una cultura depredadora. Naturalmente, el desarrollo primero de las herramientas y las armas es el mismo hecho, sólo que contemplado desde puntos de vista diferentes.
Se puede caracterizar como pacífica la vida de un grupo dado mientras el recurso habitual al combate no grupo haya colocado la lucha en el primer plano de los pensamientos cotidianos del hombre como rasgo dominante de su vida. Es evidente que un grupo puede llegar a un grado mayor o menor de plenitud de esa actitud depredadora, en tal forma que su esquema general de vida y sus cánones de conducta puedan estar regidos en mayor o menor extensión por el ánimo depredador. Se concibe, pues, que la fase cultural depredadora adviene gradualmente, a través de un desarrollo de actitudes, hábitos y tradiciones depredadoras producidas por acumulación, y que este desarrollo se debe a que las circunstancias de la vida del grupo sufren un cambio de un tipo adecuado para desarrollar y conservar aquellos rasgos de conducta que favorecen más bien una vida depredadora que una existencia pacífica.
Las pruebas de la hipótesis de que ha habido tal estadio pacífico en la cultura primitiva derivan en gran parte de la psicología más bien que de la etnología y no pueden ser detalladas aquí. Se aducen parcialmente en un capítulo posterior en el que se estudia la supervivencia de rasgos arcaicos de la naturaleza humana en la cultura moderna.