Estas comunidades que no tienen una clase ociosa definida presentan también otras semejanzas en su estructura social y modo de vida. Son grupos pequeños y de estructura (arcaica) simple; son, por lo general, pacíficos y sedentarios; son pobres y la propiedad individual no es una característica dominante de su sistema económico. Pero no se sigue de ello que sean las comunidades más pequeñas que existen, ni que su estructura social sea, en todos los aspectos, la menos diferenciada, ni tampoco que esta clase abarque necesariamente a todas las comunidades primitivas que no tienen sistema definido de propiedad individual. Lo que sí es de notar es que esta clase de comunidades parece incluir los grupos pacíficos de hombres primitivos -acaso todos los grupos característicos pacíficos-. El rasgo común más notable de los miembros de tales comunidades es cierta ineficacia amable cuando se enfrentan con la fuerza o con el fraude.
Los datos que nos ofrecen los usos y los rasgos culturales de las comunidades que se hallan en un estadio bajo de desarrollo indican que la institución de una clase ociosa ha surgido gradualmente durante la transición del salvajismo primitivo a la barbarie; o dicho con más precisión, durante la transición de unos hábitos de vida pacíficos a unas costumbres belicosas. Las condiciones necesarias al parecer para que surja una clase ociosa bien desarrollada son: 1) la comunidad debe tener hábitos de vida depredadores (guerra, caza mayor, o ambas a la vez); es decir, los hombres, que constituyen en estos casos la clase ociosa en proceso de incoación, tienen que estar habituados a infligir daños por la fuerza y mediante estratagemas; 2) tiene que haber posibilidades de conseguir medios de subsistencia suficientemente grandes para permitir que una parte considerable de la comunidad pueda estar exenta de dedicarse, de modo habitual, al trabajo rutinario. La institución de una clase ociosa es la excrecencia de una discriminación entre tareas, con arreglo a la cual algunas de ellas son dignas y otras indignas. Bajo esta antigua distinción son tareas dignas aquellas que pueden ser clasificadas como hazañas; indignas, las ocupaciones de vida cotidiana en que no entra ningún elemento apreciable de proeza.
Esta distinción tiene escaso significado en una comunidad industrial moderna y ha recibido, en consecuencia, poca atención por parte de los economistas. Vista a la luz de ese sentido común moderno que preside los estudios de economía, parece meramente formal y no sustancial. Pero persiste con gran tenacidad como lugar común preconcebido incluso en la vida moderna, como se ve, por ejemplo, en la aversión por las ocupaciones serviles. Es una distinción de tipo personal, de superioridad e inferioridad. En los estadios culturales primitivos en los que la fuerza del individuo contaba de modo más inmediato y evidente en la modelación del curso de los acontecimientos, la hazaña tenía un gran valor en el esquema general de la vida cotidiana. El interés se centraba en mayor grado alrededor de este hecho. En consecuencia, una distinción basada en estos fundamentos parecía más imperativa y definitiva entonces que hoy. Por ello, en cuanto hecho que forma parte de la secuencia del desarrollo, la distinción es sustancial y descansa en bases suficientemente válidas y poderosas.