I
LA INAUGURACIÓN DE LA CAZA
Los prefectos no son siempre felices; cuando lo son alguna vez, es bastante para su gloria. El prefecto de Tours no tuvo ventura en 1878: había fijado la inauguración de la caza, como todos sus colegas de la región, por lo demás, para el primer domingo del mes de septiembre.
La lluvia comenzó precisamente la mañana de ese domingo impacientemente esperado y continuaba el domingo siguiente; ocho días de una lluvia regular, tranquila, incesante, obstinada, pero sin violencia, lo que es la más terrible de las obstinaciones. Se habría, dicho el parloteo de un orador sin elocuencia y sin gracia.
He ahí por qué los huéspedes, los invitados de la marquesa de Rillé, no estaban locamente alegres el mediodía del segundo domingo del mes de septiembre de 1878.
Se había ido en coche a la misa de la aldea vecina, refunfuñando un poco contra el pequeño diluvio que tornaba negra y casi fea, la bonita iglesia del siglo XII, con su torre y su portada del siglo XVI. Se había regresado al castillo de Rillé bajo el mismo tiempo, y ese paseo de media hora no había desarrugado la frente de los cazadores contrariados.