Así que ni decía ni escribía nada. ¿Qué hacían entonces los
discípulos con él? Tan sólo estaban con él. Eso es satsang -estar con él.
Vivían con él, se movían con él, simplemente se impregnaban de su ser. Estando a
su lado intentaban estar abiertos a él; estando a su lado intentaban no pensar
en nada; estando a su lado se volvieron más y más silenciosos. En ese silencio,
él les llegaba, llegaba a ellos y llamaba a sus puertas.
Durante noventa años se negó a escribir o decir nada. Su
actitud básica era que la verdad no puede decirse y que la verdad no puede
enseñarse. En el momento en que dices algo sobre la verdad, ya no es verdad: el
mero decir la falsifica. No puedes enseñarla. A lo más, puedes indicarla, y esa
indicación debería ser tu ser mismo, tu vida entera; no puede ser indicada con
palabras. El estaba en contra del lenguaje.
Se dice que solía dar un paseo matutino todos los días, y que
un vecino acostumbraba a seguirle. Sabiendo muy bien que Lao Tse no quería
hablar, que era un hombre de absoluto silencio, el vecino siempre permanecía
callado. Ni siquiera se permitía un "hola", ni siquiera hablar del tiempo. Decir
"Qué bonita mañana" sería demasiada charlatanería: Lao Tse solía dar un largo
paseo, de muchas millas, y el vecino le seguía. Fue así durante años, pero
sucedió una vez que el vecino tenía un huésped y él también quiso ir, así que el
vecino le llevó. El huésped no conocía a Lao Tse, no conocía su manera de ser, y
empezó a sentirse sofocado, porque el anfitrión no hablaba y este Lao Tse
tampoco. No podía comprender por qué estaban tan silenciosos -el silencio se
hacía pesado para él.
Si no sabes estar en silencio el silencio se vuelve pesado. No
te comunicas diciendo cosas. No, diciendo cosas te descargas. En realidad, la
comunicación no es posible a través de las palabras; lo que es posible es lo
opuesto: puedes evitar la comunicación. Hablando puedes crear una pantalla de
palabras en torno a ti para que los demás no puedan conocer tu situación real.
Te vistes con palabras.