El viejo comodoro, completamente adherido a aquel hombre
extraordinario, reclamó la inserción «íntegra» del discurso de Samuel Fergusson
en los Proceedings of the Royal Geographical Society of London.
¿Quién era, pues, aquel doctor, y cuál la empresa que iba a
acometer?
El padre del joven Fergusson, denodado capitán de la Marina
inglesa, había asociado a su hijo, desde su más tierna edad, a los peligros y
aventuras de su profesión. Aquel digno niño, que no pareció haber conocido nunca
el miedo, anunció muy pronto un talento despejado, una inteligencia de
investigador, una afición notable a los trabajos científicos; mostraba, además,
una habilidad poco común para salir de cualquier atolladero; no se apuró nunca
por nada de este mundo, ni siquiera a la hora de servirse por vez primera en la
comida del tenedor, cosa en la que los niños no suelen sobresalir.