-¡Hurra! ¡Hurra! -aclamó la asamblea, electrizada por tan
conmovedoras palabras.
-¡Hurra por el intrépido Fergusson! -exclamó uno de los oyentes
más expansivos.
Resonaron entusiastas gritos. El nombre de Fergusson salió de
todas las bocas, y fundados motivos tenemos para creer que ganó mucho pasando
por gaznates ingleses. El salón de sesiones se estremecio.
Allí se hallaba, sin embargo, un sinfín de intrépidos viajeros,
envejecidos y fatigados, a los que su temperamento inquieto había llevado a
recorrer las cinco partes del mundo. Todos ellos, en mayor o menor medida,
habían escapado física o moralmente a los naufragios, los incendios, los
tomahawk de los indios, los rompecabezas de los salvajes, los horrores del
suplicio o los estómagos de la Polinesia.