- Cuenta Ellis que hay en Córcega una caza admirable, -
dijo el coronel almorzando a solas con su hija- Si no estuviese tan lejos, me
agradaría pasar allí quince días.
- Y eso ¿qué le hace?- respondió miss
Lidia. - ¿Por qué no hemos de ir a Córcega? Mientras vos
cazaréis, yo dibujaré: me gustará tener en el álbum
la gruta de que hablaba el capitán, Ellis, donde Bonaparte iba a estudiar
cuando era niño.
Puede que fuese la primera vez que un deseo manifestado por el
coronel, obtuviese la aprobación de su hija. Encantado por aquella
inesperada conformidad de pareceres, tuvo, sin embargo, el buen sentido de hacer
algunas objeciones, para irritar el feliz capricho de miss Lidia. En vano
habló de la salvajez del país y de la dificultad para una mujer de
viajar por él: nada temía. Se le antojaba una fiesta dormir en el
vivac; amenazaba con ir al Asia Menor. En una palabra, hallaba respuesta para
todo, porque jamás había estado en Córcega ninguna inglesa.
Por lo tanto, debía ir ella. ¡Y qué dicha, de vuelta a
Saint- James Place, enseñar su álbum! -"Pero, querida,
¿por qué pasáis de largo ante ese encantador dibujo?"
- ¡Oh! eso no es nada:
un croquis que hice de un famoso bandido que nos sirvió
de guía. "- ¡Cómo! ¿Habéis estado en
Córcega "?