Muy pocas veces iba al espectáculo. Mi protectora
temía, fundadamente, que el trato con la gente de teatro malease mis
costumbres. Pero, conforme iba creciendo, crecían también mis
ambiciones. El tugurio en que vivíamos sofocaba mis instintos de
independencia y de alegría. Un joven iluminador, que vivía pared
por medio de mi buhardilla, me había hecho conocer que era bonita.
Cumplí diez años, doce, quince, y una mañana alegre de
septiembre, lié con precaución una maleta, puse en ella los
chillantes guiñapos con que solía vestirme en día de
fiesta, y, sin esperar la vuelta de madame Ulises, falta de otra cosa que tomar,
tomé la puerta.
Puntos suspensivos.
Si tiene usted el hilo de Ariadna, sígame como pueda en
el gran laberinto parisiense. Si no lo tiene, ni es sobrado hábil para
marear costeando los escollos, confórmese con seguirme desde lejos,
cuando aparezca de nuevo a flor de tierra. Víctor Hugo ha dicho:
En los zarzales de la vida, deja
Alguna cosa cada cual: la oveja
Su blanca lana, el hombre su virtud.
En donde dice hombre ponga usted mujer: es una simple
corrección de erratas.