Yona decide ir a ver a su caballo.
Se viste y sale a la cuadra.
El caballo, inmóvil, come heno.
-¿Comes? -le dice Yona, dándole palmaditas en el
lomo-. ¿Qué se le va a hacer, muchacho? Como no hemos ganado para
comprar avena hay que contentarse con heno... Soy ya demasiado viejo para ganar
mucho... A decir verdad, yo no debía ya trabajar; mi hijo me hubiera
reemplazado. Era un verdadero, un soberbio cochero; conocía su oficio
como pocos. Desgraciadamente, ha muerto...
Tras una corta pausa, Yona continúa:
-Sí, amigo..., ha muerto... ¿Comprendes? Es como
si tú tuvieras un hijo y se muriera... Naturalmente, sufrirías,
¿verdad?...
El caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala
un aliento húmedo y cálido.
Yona, escuchado al cabo por un ser viviente, desahoga su
corazón contándoselo todo.