Yona vuelve la cabeza y abre la boca. Se ve que quiere decir
algo; pero sus labios están como paralizados, y no puede pronunciar una
palabra.
El cliente advierte sus esfuerzos y pregunta:
-¿Qué hay?
Yona hace un nuevo esfuerzo y contesta con voz ahogada:
-Ya ve usted, señor... He perdido a mi hijo...
Murió la semana pasada...
-¿De veras?... ¿Y de qué murió?
Yona, alentado por esta pregunta, se vuelve aún
más hacia el cliente y dice:
-No lo sé... De una de tantas enfermedades... Ha estado
tres meses en el hospital y a la postre... Dios que lo ha querido.
-¡A la derecha! -óyese de nuevo gritar
furiosamente-. ¡Parece que estás ciego, imbécil!
-¡A ver! -dice el militar-. Ve un poco más aprisa.
A este paso no llegaremos nunca. ¡Dale algún latigazo al
caballo!
Yona estira de nuevo el cuello como un cisne, se levanta un
poco, y de un modo torpe, pesado, agita el látigo.