-¡El señor está de buen humor! -dice Yona
con risa forzada-. Mi gorro...
-¡Bueno, bueno! Arrea un poco a tu caballo. A este paso
no llegaremos nunca. Si no andas más aprisa te administraré unos
cuantos sopapos.
-Me duele la cabeza -dice uno de los jóvenes-.
Ayer, yo y Vaska nos bebimos en casa de Dukmasov cuatro
botellas de caña.
-¡Eso no es verdad! -responde el otro- Eres un embustero,
amigo, y sabes que nadie te cree.
-¡Palabra de honor!
-¡Oh, tu honor! No daría yo por él ni un
céntimo.
Yona, deseoso de entablar conversación, vuelve la
cabeza, y, enseñando los dientes, ríe atipladamente.
-¡Ji, ji, ji!... ¡Qué buen humor!
-¡Vamos, vejestorio! -grita enojado el chepudo-.
¿Quieres ir más aprisa o no? Dale de firme al gandul de tu
caballo. ¡Qué diablo!
Yona agita su látigo, agita las manos, agita todo el
cuerpo. A pesar de todo, está contento; no está solo. Le
riñen, le insultan; pero, al menos, oye voces humanas. Los jóvenes
gritan, juran, hablan de mujeres. En un momento que se le antoja oportuno, Yona
se vuelve de nuevo hacia los clientes y dice: